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El ojo de la aguja

Cabezos

Andan encaramados en su visión amarilla y alpina, reteniendo complacidos esa mirada que, a veces, casi inconsciente, se nos va hacia arriba

Publicado: 14/10/2019 ·
12:12
· Actualizado: 14/10/2019 · 12:12
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Autor

Juan Bautista Mojarro

Mojarro es un veterano articulista onubense, escritor y poeta. Ha trabajado y colaborado con casi todos los diarios onubenses

El ojo de la aguja

Un viaje por el pasado de Huelva, sus barrios, sus personajes ilustres y anécdotas, además de sus reflexiones sobre el devenir de la sociedad

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Confunden su configuración orográfica, serpentean por la ciudad. Algunos ya presentan su disimulo, parecen enmascarados por las manías y ambiciones  del progreso. Otros están teniendo menos suerte, se abren en dos mitades, como una taza rota, ofreciendo sus desnudeces de arena amarilla, fruto de las dentelladas de las maquinarias, alambradas como en los campos nazis, preludios de nuevos edificios y diferentes asfaltos.

Los hubo y los hay verdadero defensores de los cabezos en Huelva. Y es que forman parte integral emblemática de la ciudad. Andan encaramados en su visión amarilla y alpina, reteniendo complacidos esa mirada que, a veces, casi inconsciente, se nos va hacia arriba.

Ya Huelva ha tapado de un manotazo, como si de una mosca se tratara, algunos de sus cabezos, a pesar de ello el casco antiguo de la ciudad sigue indemne, en excepciones. No va uno a tratar de hacer apología de nuestros cabezos, no es esa la intención la que nos ha llevado a estas reflexiones. Vienen a cuento las mismas a raíz del desmoronamiento del ‘Francés’ (inolvidable colegio de Enseñanza Media), situado precisamente en un enclave orográfico donde el cabezo brillaba como luz propia.

Resulta oprimida la presencia de los cabezos, cada vez más encogidos o asfixiados  por la aproximación del progreso (acercamientos de viviendas, empeinamientos, divisiones escalinadas, etc). Es una pseudomanera de cariñosos ocultamientos. Una forma menos traumática y dolorosa de cortarlos de raíz. Ocurre que el ‘lenguaje’ de la redondez de nuestra tierra siempre suele ser el deslizamiento, más exacto sería decir, el corrimiento. Los cabezos, convertidos en frígidas esponjas naturales, han sido han sido verdaderos receptores de las aguas de las lluvias. Estos ensanchan sus panzas con los temporales Todos sabemos que aún existen cabezos que delatan visualmente sus peligros. Hay cabezos en la memoria de algunos que peinamos canas con crespones negros y que permanecen todavía intocables.

Uno recuerda el cabezo del campo de fútbol del Velódromo, desde donde muchos onubenses veían jugar al Recreativo; cabezo de la clínica de los ingleses, doctores Mackay y Macdonald. Cabezo de la Esperanza (hoy convertido en el Parque Alonso Sánchez), Cabezo de la Joya (ya convertido casi en su totalidad en zona residencial), El Conquero, Chorrito Alto y Chorrito bajo, Cabezo de la Plaza de Toros, Cabezo de la Huerta de Mena (donde estuvo el vetusto Colombino, hoy parque y futuro centro médico público), desde donde se domina visualmente la barriada de Viaplana; Cabezo del Castillo de don Hugo (avenida de Andalucía), hoy zona residencial; Cabezo del colegio Politécnico Madre de Dios (Funcadia), bien aprovechado en su configuración urbanística, aunque existen detractores por el “enjaulamiento” de sus viviendas.

Así pues, parte de nuestros cabezos, con sus defectos y virtudes, siguen aferrados a la supervivencia entre la desgana y la apatía que nos cuelgan de la política, pero eso sí, haciendo cada vez más real el paisaje visual de nuestra configuración geográfica. 

 

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