En este verano, sin duda el más raro de nuestras vidas, he tenido tiempo de pensar, cuando el terral no me aplastaba contra el sofá. Y me he encontrado con vidas que corren paralelas, como las vías del tren, como la oposición y el ridículo. Me refiero a Juan Carlos y a Lionel.
Leo nació en Rosario, allende el océano, y Juan Carlos nació en Roma, en el seno de una familia que había acabado su residencia en España como el Rosario de la Aurora. Ambos tuvieron problemas de crecimiento; en el caso del primero, solucionado a base de inyecciones de hormonas. Para el segundo, arreglado con una gira por todos los pueblos del Estado para que creciera el cariño de un pueblo que lo veía como un extraño.
Los dos, con esfuerzo y dedicación, supieron ganarse el trono que han ocupado hasta fechas recientes. Se sobrepusieron a sendos golpes que intentaron apartarlos de su posición de privilegio: Leo, a manos de un portugués y Juan Carlos, zarandeado por un guardia civil de poblado bigote y modales bruscos.
Han gozado del beneplácito de la prensa y de sus súbditos, y durante décadas se han tapado sus pecados, riéndoles las gracias en el peor de los casos, minimizando sus exigencias sin límite en el caso del argentino, sus supuestos devaneos con otras ligas en el caso del español.
Pero todo tiene un final, los ciclos se acaban, y en ambos casos el culpable ha sido de origen teutónico. A Leo lo ha revolcado por tierra la cantada de su equipo y de él mismo ante el nuevo rey del fútbol europeo, bávaro para más señas, y al segundo le ha sacado del trono la cantada de una princesa alemana.
Ambos han elegido la misma estrategia: salir del país y el silencio como única respuesta. Uno usó un burofax, y el otro una simple carta. Los dos han elegido a los Emiratos Árabes como refugio de sus penas, y lo que antes era todo flores y alabanzas se está convirtiendo en un lento pero inexorable cambio de la opinión pública. Nadie les niega sus aportaciones en el pasado, pero no parecen ser suficientes para tapar los pecados del presente.
Las opiniones, por ser personales, están siempre cargadas de subjetividad. En mi caso, por ser madridista y republicano, nada me haría más feliz que verlos a los dos en el banquillo.