País de cheerleaders

Publicado: 25/10/2020
Autor

Francisco Palacios

Palacios es matemático y programador. Publicó su único libro hace ya unos años y sigue siendo el autor más leído de su calle

El pobrecito hablador

Escribo sobre lo que me gusta, pero sobre todo sobre lo que me disgusta, como un grito desesperado para no ganarme una úlcera

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Porque no se les conoce más actividad cerebral que la necesaria para no hacerse sus necesidades encima
Este país es digno de estudio, capaz de dar generaciones de artistas como Quevedo, Lope, Lorca, Cela, y pasar a un nivel de ignorancia difícil de igualar, a no ser que se le compare con el de una granja de hormigas.

Dicen que no hay mejor manera de tener a un pueblo dominado que el tener una educación deficiente y a la vez encumbrar a los mediocres. Desde luego, ha funcionado. Un par de generaciones con una educación defectuosa y un sistema que eleva a la fama a todo aquel cuyo único mérito es haberse casado con un matavacas, da como resultado lo que sufrimos hoy día: un país en el que, mientras que la OMS y los científicos apoyan normas duras de confinamiento contra la pandemia, sigue a pies juntillas la opinión de una pija o la de un periodista, ambos con los mismos conocimientos científicos que un apio.

Recordemos que nuestras élites salen de esa misma sociedad, de ese mismo montón de gente que se rige por los sentimientos y no por la razón,  incapaces de discernir entre la falsedad más evidente y la verdad de los datos. Así que no digan aquello de que “tenemos políticos que no nos merecemos”. Es justamente al contrario. No vienen del espacio exterior. Salen de entre nosotros. Son nuestros mejores representantes. Son nuestro vivo retrato.

Políticos, comunicadores, gobernantes, opinadores, no son más que nuestro fiel reflejo. Yo no tengo dudas de cuál va a ser la opinión de tal alto cargo político o de cual periodista ante una noticia. Porque no se les conoce más actividad cerebral que la necesaria para no hacerse sus necesidades encima. Porque sus opiniones nacen del odio, de la sinrazón, del desprecio al contrario.

Por eso, este país, en una de las peores crisis de su Historia, se puede permitir opiniones de ciudadanos como “Sánchez, arpía, quiero ir a Gandía”. O “Yo no necesito ningún justificante más que este billete que compré hace más de un mes”. Porque se apoyan en periodistas y políticos que hacen de la Ley una bayeta que puede retorcerse a su antojo, y que, con total descaro y desvergüenza, vituperan y consideran dictatoriales unas medidas que, a unos pocos kilómetros de distancia, y a pesar de que pertenezcan al mismo partido, acatan y alaban.

Que paren a este país, que yo me bajo en la próxima.

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