Esa frase es un recuerdo de la niñez, unas palabras que perdieron validez con la aparición de las máquinas de tickets y que ahora, con lo de tener que hacer cola en la calle, vuelvo a escuchar con asiduidad.
Me gustaría saber quién da la vez en la larga cola de 26 millones de españoles que vamos a ser fusilados por nuestra forma de pensar, por parte de aquellos que quieren tanto a su Patria que les sobra más de la mitad de sus ciudadanos. No ha quedado claro si los niños, los abstencionistas y los pensionistas civiles entran también en la horda de rojos bolivarianos narco comunistas que ha de ser extirpada como la mala hierba y extinguida de la faz de la Tierra.
Sería oportuno conocer si van a seguir un procedimiento de prioridades por grupos, a la manera del protocolo de vacunación pergeñado por el Estado. Si primero van los infectados de rojerío, después los rojos asintomáticos, y así sucesivamente hasta que quede una población monocolor, en tonos de gris.
Me surgen más dudas al respecto del chat de franquiebers. Una de ellas es la de qué habría pasado si, en lugar de escribir sus deseos de mantener la unidad de España a base de tiros en la nuca, lo hubieran hecho rapeando o con un espectáculo de títeres. O si no debemos emitir juicios sobre las opiniones vertidas en una conversación privada, como ha dicho algún dirigente político de VOX. No sé ellos, pero si en mis manos cae información sobre un chat de cuatro miembros de ISIS hablando sobre la posibilidad de poner una bomba en alguna calle española, lo pondría en manos de las fuerzas de seguridad del Estado. Opiniones privadas aparte.
Lo poco que tengo claro es que esto no es algo anecdótico ni cosas de jubilados. No es más que la prueba de que la Transición, inmejorable en algunos aspectos, ha dejado pus dentro del cuerpo del Estado, una infección que se encontraba en un estado de latencia y que, en estos tiempos de crispación y añoranza de tiempos pasados, ha encontrado un caldo de cultivo en el que reproducirse y fortalecerse lo suficiente como para salir de su oscura madriguera.
Extraños tiempos estos en los que ser un hijo de puta es algo por lo que sentirse orgulloso.