La travesía por la que discurre la ciudad no atisba mejoras a plazos cortos, más bien su penar no entiende ya ni de tiempo ni de intenciones; su sino es complejo e inquietante. Lo dicen ya hasta los jóvenes: su presente y futuro está lejos de la ciudad.
Ellos aún están a tiempo de labrarse un porvenir y de conseguir unas metas que aquí, salvo milagro jamás obrado por ente supremo, es cuanto menos complicado que se pueda dar. El bloqueo invariable no entiende si es de política, sí de infraestructura y de sistema que enroca un asentamiento y un proyecto serio y real de la ciudad.
El Puerto necesita un reseteo en todas sus áreas, en todas ellas tiene ciertos tics arcaicos y con sabor a naftalina que no ayudan al crecimiento normal como ciudad. Su desbanque posicional en la provincia y en la Bahía así lo dicen.
Mientras El Puerto necesita de medidas concretas y directas que beneficien de mejores servicios e infraestructuras, aquí entramos estérilmente en la dialéctica insípida de asentarse en la poltrona o recuperar la perdida.
Ni un proyecto y una base sólida para recuperar el terreno perdido. Cero apuestas. Palabras vacías, repetidas y absurdas tiñen el estado de ánimo de unos ciudadanos que solo comprueban como sus esperanzas caen en saco roto por unos y otros de forma previsible y cíclica.
El nivel que padecemos de ciudad es a su vez el que nos representa.
El Puerto urge de un mejor presente, pero con otros gobernantes que estén a la altura.