Los fabricantes de ataúdes están sobrepasados. La demanda ha aumentado y, además, al doble. José Luis González es alcalde de Piñor (Ourense) y empresario del ramo. En su ayuntamiento hay cerca de una decena de fábricas, todas en idéntica situación. Él por ejemplo no para de barnizar, ni en fin de semana.
Las cajas mortuorias de cartón reciclado y celulosa con un coste de 100 euros que ha propuesto un empresario madrileño por ser más económicas, ecológicas, y porque alivian el trabajo de construcción, no cuajarían jamás en este municipio en el que, nada más adentrarse, asoman la tinta, la pintura y los herrajes.
Mientras media España sigue paralizada por la falta de actividad productiva, hay otros sectores que doblan turnos para responder a la alta demanda existente en todo el territorio y conseguir con tesón que la gente pueda tener una muerte digna en esta emergencia por la pandemia de Covid-19.
Los fabricantes de ataúdes al igual que las empresas funerarias forman parte de las actividades esenciales y su ritmo de trabajo se ha incrementado muchísimo en esta crisis sanitaria desencadenada por un patógeno.
Con una población que apenas supera el millar de habitantes, este ayuntamiento gallego es uno de los epicentros del negocio. No en vano, concentra nueve fábricas dedicadas a crear féretros y en total son más de cincuenta personas las que solo de manera directa viven de este sector.
El Grupo Ataúdes Gallego, que fabrica con certificado ambiental, es uno de los referentes, la mayor empresa del colectivo en Galicia.
El regidor de este pueblo, con un "obrador" que lleva su nombre, hoy con su ya sucesor Yago González como persona física, reconoce que la demanda está siendo algo "fuera de lo normal" y refiere cierta "psicosis" ante una eventual falta de material.
El ritmo en el número de pedidos les asusta.
"Esto es así porque ya no se importa de China", concreta el primer edil.
Para garantizar la seguridad, todas las fábricas han tenido que extremar las precauciones y los protocolos, fundamental para evitar los contagios y con ello impedir una paralización de la producción.
Por idéntico motivo, en la fábrica de Joaquín Vázquez, situada en la vecina localidad de Ribadavia, hace semanas que no dejan entrar a nadie ajeno a la empresa. Se agolpan las solicitudes, no únicamente de Galicia, también de otras comunidades, como Madrid.
"Estamos doblando turnos y hemos ampliado a los fines de semana", describe a Efe este empresario, que menciona los nuevos protocolos de seguridad, los cuales lógicamente "repercuten" en el tiempo que se le dedica. "Y si pudiésemos hacer quinientas cajas diarias, se vendían", ejemplifica.
En el marco de las nuevas rutinas, en su taller ahora se afanan más que nunca en la limpieza diaria con desinfectantes varios.
"Lo hacemos dos veces al día, hemos habilitado zonas para que los trabajadores se puedan cambiar y para que salgan paulatinamente y también hemos tenido que adaptarnos a las distancias de seguridad".
Desde el comienzo del estado de alarma por el coronavirus, estos contenedores para la despedida los carga una sola persona en un carro y no dos como sucedía antes.
Los ritos funerarios, con un máximo de tres ciudadanos por difunto y precaución extrema, no son los únicos, pues, que han dado un giro radical.
"La gente ahora no se para tampoco a escoger ataúd", precisa Vázquez. Algo que ve normal, porque todo es distinto y forma parte de la adaptación. Los entierros se celebran sin funeral, sin esos velatorios multitudinarios y sin abrazos. El conforto es virtual.
España
Han doblado su actividad: Piñor, el pueblo que vive de los ataúdes
En su ayuntamiento hay cerca de una decena de fábricas, todas en idéntica situación. Él por ejemplo no para de barnizar, ni en fin de semana
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