Apenas unos días faltan para la fiesta en la que la gastronomía juega un papel tan importante como los papelillos y las serpentinas, dos fines de semana para cerrar la casa y pasarlos en la calle, de una esquina a otra y entre cerveza y chiquita, las cuartetas de las agrupaciones acompañarán las tapas, raciones o montaditos que paliarán la gazuza. El hecho de comer y beber se vuelve itinerante y a deshora y mientras el estómago se llena, el bolsillo se aligera pese al beneficio de los precios populares.
Dentro de nada, la plaza del Rey se habilitará para la ocasión, ya ha salido en los periódicos, y dentro de nada en los casilleros a pie de artículo aparecerán los comentarios vituperantes de los de siempre que, como nadie los conoce, seguro se abrirán paso a codazos el primer domingo de Don Carnal para atrapar una ración de lo que sea.
Los tiempos críticos van pasado, pero el ramalazo dura demasiado y tiene trazas de alargarse todavía más, porque nos lleva la delantera alejándose, perdiéndose en un futuro por el que no vuela el azar. El carnaval le canta a la realidad, a su crudeza, al desaliento que provoca y al pesimismo en que somete, pero el ingenio del letrista es capaz de pellizcar el corazón haciendo saltar la lágrima y la carcajada al mismo tiempo.
En estos días previos a las carnestolendas en los que el frío se ha dejado caer a conciencia, la calle, durante estos fines de semana, sólo se ha visto vacía por la noche, pero como el tiempo acompañará –si no fuera así tampoco importa- permanecerá atestada desde el mediodía hasta que la madrugada agrise el cielo de nuevo. Las máscaras y los disfraces serán fundamentales para darle color y aire de fiesta, porque durante unas horas la calle será el espacio de esparcimiento y solaz del ciudadano, por lo que se convertirá en un escenario cuyo telón y bambalina será humano, con cañón y luz cenital dirigida desde el mismo sol, calle que se disfrutará con desinhibición y espontaneidad. Si a ello añadimos la buena compañía y un plato de jamón, la unión es perfecta.
Nada que envidiarle a la de la feria gastronómica de Madrid, en la que el delicioso manjar se ha fusionado con la tradicional tortilla de patatas para imponerse a las recetas más creativas por lo atrevidas. Quince encuentros lleva ya y siempre sorprende no tanto por exceso como por su defecto. Hace algunas convocatorias se adoptó la frase “menos es más” de Mies van der Rohe, lema que suena a mundo de la moda y que este año ha sido desarrollado al pie de la letra por el equipo del restaurante Mina de Bilbao, con recetas elaboradas con un máximo de tres ingredientes que han sido verdaderas delicias para el paladar más exquisito.
En estos tiempos donde el color y las viandas conforman un conjunto agradable para la vista porque lo del paladar viene después, donde las recetas se sirven en pequeñas raciones –mijitas las llamarían nuestros antecesores- sobre salsas imposibles por su originalidad, es una osadía esta vuelta a los orígenes basada, sin duda, en abrir una rendija entre tanta saturación. Por eso se ha vuelto al huevo, la patata y el aceite, al jamón, al pan y a la mano. Tres ingredientes, no hacen falta más para disfrutar del color y el paladar al mismo tiempo tanto en la mesa más exquisita como en la barra de un chiringuito carnavalero, permítaseme la licencia del palabro. Disfrútenlos.