Que el levante se ha desatado de nuevo, no es noticia en La Isla porque es lo nuestro, tanto que antaño fue esencial para hacer la sal. Lo decían los antiguos y algo de razón tenían, ya que en verano a más de uno se nos queda la huella blanca, la marca del agua en la piel seca si nos hemos zabullido bajo las olas. El levante ha sido juevero y cuando estas líneas salgan a la luz dominguera ya habrá aflojado si el refrán no falla.
En cualquier caso, el pronóstico para estos días es bastante bueno, así que la Semana Santa será ilusionante para los chiquillos que en estos días pasados andaban en fila recorriendo las iglesias, siendo testigos del montaje de un paso durante un rato. Sus caras hablaban por sí solas, no les hizo falta preguntar. Lo absorbían todo por si había preguntas de vuelta la aula.
Cuando la colaboración de un periódico se escribía con la Underwood, estas salidas se denominaban actividades, que no iban más allá de la huerta del colegio, pero para los alumnos era una auténtica excursión. La verja se abría para cambiar la tierra del recreo por la hierba bajo los pies, los saltos del tocadé por el paseo entre los pinos y los naranjos. Era un recorrido didáctico en el que apreciábamos otra forma de enseñanza, de aprender, porque lo visto no era fácil de olvidar por el hecho de haberlo vivido. Salir del aula, respirar el aire y sentir el sol sin el griterío del alumnado era como encontrar un equilibrio sin saber que realmente lo era.
Hoy el aula sale a la calle porque no hay huerta, porque los niños necesitansentir lo que transmite la tradición. En Navidad recorren los belenes y en Semana Santa, como anotamos, comparten la preparación, el montaje de un paso. Es curioso verlos tan atentos, hablando bajito entre ellos, señalando con disimulo. Sin embargo lo que más les sorprende es el interior. Entonces rodean a quien el profesor les ha presentado para hablarles de los palos, de la almohada, el amarrado, en fin, de los detalles que quizás hayan oído pero que les hacen abrir los ojos para no perderse nada.
Puede que se aficionen a esta tradición tan arraigada, puede que el día de mañana deseen estar debajo de un paso, ceñirse el fajín, calzar alpargatas, marchar al ritmo que marca el tambor, oír como se suaviza cuando brota una saeta, cómo avisa el llamador para levantar, cómo se mezclan los olores del sudor con el de las flores y la cera, cuándo aparece el aguador.
El jueves y el viernes pasados la Iglesia Mayor abrazó a los más pequeños, escuchó sus risas nerviosas por la emoción contenida, por no atreverse a meterse bajo el paso del Señor de Medinaceli. Un hermano de la cofradía mantenía el lienzo levantado y sonreía viéndolos volver la cabeza repetidamente hacia la profesora, con la espontaneidad de la inocencia desprovista de disimulo. Sonreía quizás porque el revivió un momento similar muchos años atrás.
Faltan pocas horas para que el incienso sahúme La Isla de nuevo. Falta poco para que la estrella que brilla de día la ilumine, Estrella que será Lagrimas, Penas, Salud, Amargura, Trinidad, Caridad, Buen Fin, Esperanza, Amor, Piedad, Desamparados, Soledad, Dolores y Rosario. Jaculatoria, silencio, paso suave, marchar añejo por la madrugada, recuerdo de cal que roseaba la alborada.