Hoy es uno de esos días en los que el tiempo teje hacia atrás y lo hace trayéndonos la imagen delgada, rubia y sonriente de esta amiga y contertulia que nos ha dejado por la ley de la vida. Disfrutó de sus años cumplidos con la lectura y aún más desde que los unió a la poesía. Las circunstancias que rodearon su vida, no impidieron que dejara de formarse y crecer. A ello se unieron sus enormes ganas de vivir, su pasión por la vida, semillas que hicieron germinar unos poemas en los que regalaba trozos de su alma siempre joven.
La llevaba a flor de piel, en los colores con que se vestía, en los anillos y pendientes que complementaban su look, en su forma de andar. Pero lo que realmente cautivaba era su voz dulce y serena, cuando conversaba o leía sus versos, con una cadencia tan melodiosa que transmitían paz. En su último libro titulado “Los días que no volvieron” recoge los escritos en distintas etapas de su existencia, etapas que como definió Amelia Retamero en el prólogo “retratan la soledad, la nostalgia y el grito doliente de un amor que dejó huella imborrable en su alma”.
María Hesle Cruz no dudaba en subir al autobús de Cádiz casi todos los jueves del año para compartir un rato de literatura en la Tertulia Río Arillo de La Isla. Tras besar a todos y llenar los minutos que la separaban de su descafeinado con el interés por nuestros familiares, ponía toda su atención en cuanto se leía. Al llegar su turno disfrutaba su momento plenamente, transmitiendo sentimientos desde la sencillez.
María decía que un libro de poemas es como una herida que se abre. Tenía razón, por esa hendedura escapan el dolor, la melancolía, los recuerdos, las intenciones, las frustraciones, los deseos no logrados y la alegría. Adoraba las palabras y para ella el acto de escribir era como descubrirlas en el silencio de la noche “cuando tropiezan con mis dedos”, reza uno de sus versos. Tal vez sea la razón por la que introdujo cada uno de los poemas que componen su último libro con una estrofa o un párrafo de sus autores favoritos, de sus amigos del Ateneo, de sus compañeros de la Tertulia Río Arillo, detalle que sorprendió a todos.
Era así, transparente, agradecida, única y nunca tenía prisa por terminar una conversación. Cuando se le recordaba el horario del autobús que la llevaba de nuevo a Cádiz, exclamaba “que se vaya; si lo pierdo, ya vendrá otro”, concluía y bajaba ligeramente la cabeza para encerrarla entre las manos que giraban suavemente. Ha estado acompañándonos hasta el pasado año y luego el teléfono nos acercaba su voz desde el otro lado. Preguntaba por todos y por todo, recordaba anécdotas y el domingo pasado fue su sobrino quien tomó el auricular para informarnos de su estado. El pasado jueves María Hesle nos dijo adiós. Nos deja sumidos en el silencio de ausencia pero era tan afable que su imagen ayuda a asimilar la sensación de desamparo.
Del cielo colgaban nubes gruesas y grises que oscurecieron de pronto la luz primaveral. La lluvia estalló golpeando con fuerza. Por la noche murmullaba llamando al sueño. Cuando calló, la madrugada dibujaba los contornos del paisaje y María Hesle empezó habitar en nuestro recuerdo, con su libro abrazando un ramo de rosas de papel de periódico. Descansa en paz, amiga mía.
“Y sigo discurriendo/ para estar en el justo camino,/ con la misma idea. / Las palabras./ Ellas posibilitan encuentros mágicos./ Pero nadie sabe escuchar/ y el alma escapa” (María Hesle Cruz).