Es la coletilla que se oye desde que somos capaces de distinguir conversaciones, o sea, desde que dimos nuestros primeros pasos y carreras por la plaza del Rey y de esto hace casi sesenta años. Tela, que decimos por aquí, muchos para que no haya habido cambios. Estas líneas no tienen la pretensión de ser una postal escrita, pero lo que el presente nos muestra nada tiene que ver con hace una, dos, tres décadas,ni con La Isla por la que nuestros padres pasearon su juventud del brazo nervioso del primer amor. Verla y volver a la de entonces es una realidad en blanco y negro que posibilita la modernidad, lo difícil es reconocer que hay cosas que no cambiarán jamás, como las entendederas de los empecinados en pisotear para hundir y ahogar la evidencia. A lo largo de los años, nuestros gobernantes han retomado, finalizado los proyectos de sus antecesores, han emprendido otros que han continuado sus sucesores y así se ha ido avanzando. Claro que por mucho que se trabaje, si el ciudadano no se implica de poco o nada sirve. Con la sinceridad y la honestidad flanqueando el corazón y la vista,somos testigos, por ejemplo, de la limpieza pública, cómo la camioneta de barrido o el camión cisterna adecentan las vías de paso diario por la mañana temprano. También somos testigos de cómo se encuentran al caer la tarde. Somos testigos de la reposición de balaustradas, del resanado, del pintado de las zonas atacadas por el vandalismo y también lo somos de su destrozo días después. Últimamente se está restaurando el pavimento próximo a las caspuertas y los jardines. En fin, todo no se puede hacer a la vez, pero sí que se puede destrozar en un momento. La evidencia es tan clara como aplastante: por mucho que se haga, si el ciudadano no colabora, acabamos perdiendo lo que tenemos. Profundizando un poco más, ayudaría saber el motivo de este afán para que La Isla fallezca, afán que antes zascandileaba por nuestras calles, pero que ahora vive y se alimenta en las redes sociales. Nuestros mandatarios se han equivocado unas veces, pero también han acertado otras, aunque para los detractores esto último no cuente ni sirva.
Desgraciadamente este grupo aumenta, a juzgar por la falta de respeto a las normas cívicas más simples, como tirar botellas de plástico junto a una papelera o en un alcorque,escupir ruidosamente oesas toneladas de basura recogida tras la Semana Santa o la Feria, por citar un par de cosas. Oímos comentarios a pie de calle y los leemos encerrados bajo una noticia, provocando espanto y escalofríos. La pregunta es qué interés hay en esto, qué proporciona este afán destructivo, porque lo que es malo para la ciudad es terrible para el ciudadano. Pero estos insultadores profesionales no tienen las entendederas para la enmienda, para razonar, para ver que La Isla tiene una luz especial por el reflejo en el agua que la rodea, que atesora historia desde hace seis mil años, que ha tenido y tiene personalidades eminentes, referentes de una época, marinos ilustres, que ha acunado sueños de artistas que hoy son realidad, no sólo del cante y el baile, sino del pincel, el cincel y las palabras. La lista rodearía la ciudad, la anudaría y sería un regalo que contendría esta alegoría de la evolución que este grupo que crece por momentos se empecina en negar. Lástima, porque aunque sus componentes no lo crean ni lo quieranLa Isla es única, irrepetible e inolvidable. En este aspecto, sigue igual que siempre.