Son los que ha cumplido el Guggenheim de Bilbao, un museo de arte contemporáneo por el que casi nadie apostaba cuando el proyecto de construcción fue aprobado. Se cuenta que Frank Gehry buscaba un lugar especial para su emplazamiento. El helicóptero lo paseó por la ciudad hasta que en la Avenida Abandoibarra vio un espacio casi abandonado, con almacenes afectados por la crisis industrial, invadidos por el silencio de la ruina.
Las malas lenguas dicen que lo llevaron allí para quitarle las ganas pero ocurrió todo lo contrario, el sitio lo conquistó. Al cabo de cinco años se levantaba un museo impresionante, semejante a un gigante cansado, un titán jadeante que junto al agua del Nervión quería reponerse, es decir, la realidad del pasado de la ciudad con la esperanza en el futuro.
El edificio impresiona por las curvas que le aportan movimiento. Esto unido a las placas de titanio que lo recubren y parecen absorber la luz, producen un efecto impactante en el espectador que se sorprende cuantas veces se acerca, porque siempre es distinto, como las colecciones itinerantes que alberga. El espacio interior está concebido para no perder detalle del exterior, para permitir el paso de la luz, para que resbalen por las piezas sin que las sombras las desfiguren.
Las esculturas exteriores han vivido estos años a su manera. Mamá ha sido fotografiada por los curiosos bajo sus ocho patas; Pupy ha cambiado muchas veces de colores; los tulipanes yacen junto a la construcción como premio a la hazaña y El gran árbol y el ojo siguen velando por él, con él por otros veinte años más.
Dentro, La materia y el tiempo juegan con las voces de los visitantes, alejándolas aunque uno esté al lado de otro y acercándolas a pesar de los metros de distancia; el tronco de un árbol se disfraza de estantería llena de libros y Berenice recupera su melena metamorfoseada en el ala de un avión. Un universo difícil de olvidar.
Todos los museos son así y el Guggenheim, además, por su madura juventud. Este espectáculo de luz y color es mucho más que una celebración, es la extinción de las críticas desfavorables que llenaron las páginas de los periódicos cuando empezó a levantarse el edificio. Las sesiones del aniversario comenzaron con un arrastre de cadenas, sonidos metálicos que aludían al pasado industrial de la ciudad y las luces iluminaron la evolución con color y originalidad, el de una construcción que sigue siendo atrevida.
Feliz cumpleaños, Guggenheim. Que cumplas muchos más.