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Un Rey triste

El Gobierno que avivó esta crisis con el 8-M y que debería estar sólo pendiente de curar enfermos

Publicado: 20/03/2020 ·
09:32
· Actualizado: 20/03/2020 · 13:06
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  • Felipe VI. -
Autor

José Antonio Vázquez

Periodista, analista político y especialista en comunicación institucional y corporativa. Secretario de la Asociación de la Prensa de Jerez

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Dicen los datos de audiencia que más de 14 millones de españoles siguieron por televisión el mensaje que el Rey Felipe dirigió a la nación la pasada noche. El doble incluso que su tradicional mensaje de Nochebuena, algo que tampoco debe extrañar teniendo en cuenta que estamos todos en casa por real decreto y disciplina social. Un mensaje en el que más importante fue lo que transmitió con sus gestos que lo que dijo de palabra.

Un mensaje que gran parte de la población esperábamos mucho antes, aunque mucho me temo que si el Gobierno ha reaccionado tarde ante esta gravísima crisis y lo ha hecho a cuentagotas, difícilmente podría autorizar un mensaje del Jefe del Estado antes de que el Ejecutivo de Pedro Sánchez y Podemos hubiera hecho su tarea.

Abandonó el tradicional decorado de asiento en despacho opulento por el de aparecer de pie, como queriendo tomar el control, pero con un inevitable rostro de tristeza que no fue capaz de modificar en los minutos, pocos, que duró su intervención.

Si España entera está triste y preocupada, es lógico que el Rey aparezca vestido de solemne tristeza que empatice con la situación de todos los hogares españoles en los que, además de un miedo a la pandemia sanitaria, habita un temor profundo a las graves consecuencias económicas y sociales que va a dejar. No dijo ni una palabra más de aquello que sabía que podía unir a todos.

Para empezar, al Gobierno que tiene que autorizar su mensaje, dividido entre un PSOE desbordado por las consecuencias de esta crisis que no puede tolerar que los españoles confíen más en el Rey que en el presidente Sánchez, y un Podemos que desde el Gobierno, y tras prometer lealtad al Jefe del Estado, alentó a una cacerolada durante el discurso, en un obsceno gesto de quienes deberían estar solo dedicados a salvar a España.

Muchos esperaban con más morbo que interés, que dijera alguna palabra o diera alguna explicación de su decisión de renunciar a la herencia de su padre, el Rey Juan Carlos, y de haberle retirado su asignación por los aireados casos (aún ni siquiera juzgados) de dudosa legalidad y ética.

Un Rey triste que, a pesar de la  valentía, épica y determinación de su reacción ante los hechos de su padre, ve cómo algunos anteponen la unidad nacional imprescindible a sus intereses partidistas e ideológicos a pesar de ser el Gobierno que avivó esta crisis con el 8M y que debería estar sólo pendiente de curar enfermos, de evitar contagios y de proteger a ciudadanos y empresas.

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