A la hora de afrontar una película como
The brutalist conviene tener en cuenta varios aspectos. Punto primero:
olvídense de su duración, reiterada como un castigo o con carácter preventivo. Punto segundo: eviten la ola de excitación generada en torno a su calificación como
“obra maestra”. Punto tercero: estamos ante
una película exigente de cara al espectador. Y punto cuarto: recuerden lo que decía Cabrera Infante sobre que
“las películas son buenas o malas; lo demás es literatura”.
Iré ahora en orden inverso.
The brutalist es una buena película. Vayamos pues a la “literatura”. Es más, es una muy buena película, con un grado de ejecución que está al alcance de muy pocos realizadores -lo que reafirma el talento de su joven realizador,
Brady Corbet-, a partir de una concepción narrativa desde la que pretende abordar una gran odisea existencialista, la de su protagonista, un célebre arquitecto húngaro que emigra a Estados Unidos tras la II Guerra Mundial y que malvive hasta que es descubierto por un magnate ansioso de gloria que le brinda la oportunidad de afrontar el diseño y construcción de un complejo religioso.
En este sentido, la autoexigencia que se impone Corbet para contar toda esa historia, plagada de matices personales, aspiracionales y sociológicos, requiere asimismo de la autoexigencia del propio espectador. No cabe la conciencia pasiva, no estamos ante un entretenimiento; de hecho,
no es una película entretenida -tampoco aburrida-, es otra cosa, es cine llevado a otro nivel de entendimiento del medio. ¿Hace eso de ella una obra maestra? Creo que no.
The brutalist es una película magistral en muchos aspectos: por cómo ha sido concebida, por el enorme trabajo que hay detrás de toda su producción, por su afán visual, por sus interpretaciones excelentes -
soberbio Adrien Brody, magnífica Felicity Jones en un papel que construye a partir de detalles, fantástico también Guy Pearce para hacer creíbles las aristas de su despreciable personaje-, por el uso del sonido, la banda sonora, la fotografía...
todo lo que conduce a hacer una película memorable, y sin embargo, no me lo parece, ya que prescinde del entusiasmo a lo largo de la mayor parte de la narración.
Hay varios momentos magistrales, en especial el plano secuencia que precede al desenlace, pero escasean.
Es una película colosal, pero no rotundamente colosal, no lo suficiente para ser considerada una obra maestra, ya que adolece de sentido de la emoción, puede incluso que intencionadamente, pero supone una merma en el transcurso total del metraje.
Eso nos lleva a su duración: más de tres horas y media -en su favor: no se hacen largas-, más descanso cronometrado de 15 minutos para ir al ambigú. Seguro que recuerdan haber visto películas larguísimas,
desde Lo que el viento se llevó a Lawrence de Arabia, aunque no es ésa la cuestión, sino recordar cuántas veces han vuelto a verlas.
Esa huella no perdura con The brutalist.