El sábado salgo a almorzar con Lince. Un mendigo pesado se me acerca y le digo:
—¿Ahora soy la Duquesa de Alba?
El pedigüeño se vuelve y me maldice susurrando en su idioma.
Lince me dice:
—Eres mala.
Se conmueve y le da un euro al pedigüeño.
El mendigo lo coge, pero también le maldice murmurando en su idioma al retirarse.
Yo me río. Lince calla enrabiado.