Hace poco más de una década se disputó una de las eliminatorias de Copa del Rey más memorables de los últimos tiempos. Se enfrentaban en partido de vuelta Barça y Atleti después de haber empatado a dos goles junto al Manzanares. Antes del descanso, el Barça perdía 0-3. Tras el tercer tanto en contra, Sir Bobby Robson, que ese año entrenaba a los culés, buscó un revulsivo en Stoichkov para que acompañara en la delantera a Ronaldo y para que trasladara un mensaje a todos sus compañeros: "Olvídense de la táctica, jueguen como mejor sepan y traten de remontar el partido". El Barça terminó ganando por 5-4.
Es lógico que ante situaciones desesperadas más de un técnico se encomiende al talento de sus jugadores y al coraje de sus corazones para intentar hacer frente a un resultado adverso por medio de la épica futbolística. El problema surge cuando la medida se convierte en consigna habitual, ajena a los condicionantes de cada encuentro, y quedan en evidencia otros recursos futbolísticos con los que afrontar la adversidad de cada duelo.
Algo así le ocurre en estos momentos a la Selección Argentina, o, mejor dicho, a su seleccionador, Diego Armando Maradona, quien ha podido comprobar en apenas cuatro días que no basta con acumular el talento y el corazón albiceleste de los nombres más codiciados por el fútbol mundial, ni con hacer prevalecer la genialidad individual sobre la disposición táctica del contrario en el terreno de juego para lograr la victoria.
El debate, no obstante, tampoco debe centrarse sobre la figura del astro rey argentino, sino sobre la de los que le designaron para un cargo para el que pocos le creían capacitado, entre otras cosas porque lo único que pretendían era salvar sus posaderas y convertir al ídolo intocable, al barrilete cósmico de la galaxia 86, en parapeto y escudo de los ataques a la Federación, conscientes de la idolatría desatada entre el pueblo por la mesiánica grandeza del eterno 10 del barrio de la Boca.
Dudas sobre el fútbol televisado ¿Qué pensará a estas alturas el aficionado del Madrid que se haya abonado a Gol TV (donde todavía no han televisado a los merengues)? Y ¿qué pensará a estas alturas el aficionado del Barça que se haya abonado a Canal Liga (donde todavía no han televisado a los cules)? Es más, ¿qué piensa hacer la Sexta cuando vea los datos de audiencia de sus partidos de segunda fila? Ojalá todos volviéramos al carrusel y le dieran por saco a los de Mediapro y Prisa por hacer las cosas tan mal.