Era sábado. 7 de marzo. A veces da la sensación de que ha transcurrido casi un año, pero no; el jueves hizo dos meses. Aquel día se confirmó el primer caso con coronavirus en la provincia de Cádiz: un militar español destinado en la Base de Rota. Un día después las calles de las ciudades se llenaban con las manifestaciones por el 8-M, las competiciones ligueras seguían su curso, la gente hacía cola en los templos para asistir a los besapiés y besamanos de la cuaresma y apenas faltaban 24 horas para que el papel higiénico se agotara en los supermercados. A riesgo de ser sancionado por el
Capitán A Posteriori, aquello parecía sacado de la escena de los extraterrestres de
El Milagro de P.Tinto antes de precipitarse al suelo: “¿Cree usted que tomaremos tierra?”, preguntaba uno de ellos. “Se va usted a hartar”.
En menos de una semana el Gobierno decretaba el estado de alarma y la ciudadanía estrenaba el confinamiento con memes, canciones y aplausos en los balcones a las ocho de la tarde en homenaje a los sanitarios que luchaban contra el virus. Eran nuestros héroes, nuestros guerreros, aunque poco después supimos que los habían enviado al frente con escopetas de cañas y espadas de poliespán. Eso también se supo
a posteriori. Se produjeron entonces las primeras denuncias en la calle, los primeros ERTE, los primeros bulos, las primeras necesidades, y llegó el ejército a nuestras plazas y avenidas para recordarnos las normas, megáfono en mano, mientras nos hacíamos una idea del concepto real de distopía.
Desde entonces las agendas se quedaron en blanco, hasta para los cumpleaños -Toni Acosta nos advirtió en un vídeo genial que “no computan”, como los parados por expediente de regulación de empleo-. Si acaso para ir marcando las prórrogas del estado de alarma y, ahora, las distintas fases de la “desescalada”, un término que vuelve a poner de manifiesto hasta qué punto es importante el dominio del lenguaje y del mensaje para mantener la calma y, en especial, el control de la situación. ¿Han olvidado ya lo de que esto era “como una gripe”, o lo de “nos queda lo peor”, o lo del “pico” y “la curva”? En el fondo no dejamos de ser muy básicos.
Han pasado solo dos meses, pero parece un año. Y lo parece porque aunque hace solo un mes del Viernes Santo, el recuerdo auténtico y reciente que pervive en los cofrades es el de aquel mismo día en 2019. “Nunca podré recordar la Semana Santa de 2020 porque es como si me la hubieran robado, como si no hubiese existido”, apuntaba en una entrevista el responsable de un consejo local esta pasada Cuaresma.
Y porque no solo alimentamos nuestra fe. También necesitamos alimentar nuestros bolsillos. Hace una semana debió celebrarse en Jerez la gran motorada, reducida por el virus a ruina y silencio, y ahora mismo debía estar celebrándose la Feria del Caballo: la Avenida Álvaro Domecq ha vuelto a dejar esta última tarde noche el reguero de un murmullo muy parecido al que desprende el recinto cada año, aunque solo porque las circunstancias han obligado a sustituir la fiesta por los paseos y las carreras en torno al González Hontoria. Es el falso bullicio que disfraza ahora este hurto emocional, puesto que hay quien cumple ferias, domingos de ramos y navidades en vez de cumplir años.
Han pasado dos meses desde aquel 7 de marzo y desde entonces la Consejería de Salud ha confirmado 1.426 casos con coronavirus en la provincia, de los que 449 han logrado superar ya la enfermedad -apenas un 31% del total, lo que demuestra las dificultades para finiquitar el combate personal con el virus- y de los que solo 68 permanecen bajo ingreso hospitalario. Queda, no obstante, la cifra más dolorosa, y no por su número, 141, sino porque detrás de cada dígito late el dolor de una familia. Convertir la muerte en mera estadística es, sin duda alguna, lo más desagradable de esta tarea “esencial” de informar a diario de la evolución de la epidemia; un día tras otro, el mismo día una y otra vez, y, siempre, con la terrible ausencia del abrazo. Va ya por dos meses y parece un año entero.