Al borde de playas paradisiacas y yacimientos gasísticos anida un horror en el norte de Mozambique: el grupo yihadista Al Shabab, cuyo cruento ataque a la ciudad de Palma el pasado 24 de marzo le ha colocado en el candelero internacional.
Al grito de "¡Alá es el más grande!", cientos de terroristas -según testigos- sembraron el pavor en Palma, una urbe costera situada en la provincia de Cabo Delgado, fronteriza con Tanzania.
Los yihadistas atacaron tiendas, bancos, puestos militares y tomaron la urbe, de algo más de 40.000 habitantes, que quedó desierta tras la desesperada huida de sus residentes.
CUERPOS DECAPITADOS EN LAS CALLES
Vídeos difundidos en redes sociales por los lugareños dan cuenta de la masacre: cuerpos decapitados y desmembrados, así como brazos, cabezas y torsos esparcidos por las calles.
La confusión del asedio aún impide conocer el balance completo de víctimas. Hasta ahora, el Gobierno de Mozambique ha confirmado el "asesinato de decenas de personas indefensas", toda vez que miles han sufrido un desplazamiento forzoso.
El Ejército admitió este martes que sigue sin controlar la ciudad, donde continúa su "operación de limpieza" para eliminar posibles focos de resistencia yihadista, y la organización terrorista Estado Islámico (EI) trató de sacar el máximo partido propagandístico al atribuirse este lunes la ofensiva.
El grupo Al Sunnah wa Jama'ah ("Adeptos de la tradición profética"), conocido por la población local como Al Shabab ("Juventud", en árabe), que no guarda relación con la organización yihadista homómina de Somalia, aterroriza Cabo Delgado desde octubre de 2017, cuando atacó por sorpresa una comisaría de policía.
Sin embargo, ningún acto violento ha atraído tanta atención internacional como el ataque de Palma. Este hecho se explica porque la urbe se alza cerca de un multimillonario proyecto gasístico liderado por la petrolera francesa Total, que se ha visto obligada a suspender las operaciones que iba a reanudar allí esta semana.
Entre los fallecidos, de hecho, figuran contratistas extranjeros que trabajaban en la zona en proyectos de gas natural, el maná con el que Mozambique quiere potenciar su desarrollo, pues posee las terceras mayores reservas de África, tras Nigeria y Argelia.
El atentado también ha sorprendido porque denota "un nivel de coordinación y sofisticación que no habíamos visto antes", explica a Efe la sudafricana Jasmine Opperman, analista sénior del Proyecto de Datos de Ubicación y Eventos de Conflictos Armados (ACLED).
"Nos hallamos ante una insurgencia con ímpetu", subraya Opperman, al alertar de que, sin una "acción inmediata" contra los yihadistas, "habrá pronto ataques parecidos".
DEL MACHETE AL FUSIL DE ASALTO
Cuando los insurgentes -que buscan crear un Estado islámico en Cabo Delgado- inauguraron su "reino de terror", usaban la única arma que tenían, sus machetes, y decapitaban a líderes locales a quienes acusaban de aliarse con el gubernamental Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo) para robar la riqueza natural de la provincia (rubíes y gas natural), de la que no se beneficia la población.
En Palma, los atacantes portaban fusiles de asalto AK-47, lanzacohetes y morteros pesados, según Lionel Dyck, director de la compañía militar privada sudafricana Dyck Advisory Group, que apoya al Gobierno mozambiqueño contra Al Shabab y cuyos helicópteros artillados se usaron para evacuar a civiles atrapados en la urbe.
Este ataque "puede marcar un antes y un después" en el conflicto, pues evidencia "una capacidad táctica importante" que debería "llamar la atención" de Mozambique y la comunidad internacional, declara a Efe el cónsul honorario de España en la también costera ciudad de Pemba, capital de Cabo Delgado, Jesús Pérez Marty.
Desde 2017, Al Shabab, inicialmente un movimiento religioso que apareció en 2015 y se radicalizó después, ha causado más de 2.680 muertos (incluidos más de 1.340 civiles), según ACLED, y cerca de 700.000 desplazados en la provincia.
De momento, el presidente mozambiqueño, Filipe Nyusi, muestra poco entusiasmo hacia una implicación de organismos internacionales como la Comunidad para el Desarrollo de África Meridional (SADC), la Unión Africana o la Unión Europea, en la resolución del problema.
Pese a esa reticencia, el Ejecutivo de Maputo carece de medios para "contrarrestar la insurgencia", recuerda Opperman.
"Necesitamos en Cabo Delgado una fuerza internacional, regional, coordinada y una estructura de liderazgo centralizado que actúe e integre operaciones de tierra, mar y aire para romper el impulso de los insurgentes y crear estabilidad", arguye la experta.
Además, como advierte el analista nigeriano Philip Obaji, "la falta de acción concreta podría convertir a África sudoriental en una región inestable similar a partes de África occidental".
LECCIONES DE BOKO HARAM
Mozambique y la SADC, aconseja Obaji, deben aprovechar las "lecciones" de la batalla contra Boko Haram, que era un grupo yihadista "menos peligroso" hasta que una "muy pobre respuesta" de Nigeria le animó a extender sus tentáculos a Chad, Níger y Camerún.
Por ahora, Estados Unidos, que designó recientemente a Al Shabab como "organización terrorista internacional" afiliada al EI, envió este marzo a las fuerzas especiales de los Boinas Verdes para entrenar a marines mozambiqueños en la lucha contra el yihadismo.
Y Portugal, la exmetrópoli, anunció esta semana el despliegue de sesenta militares para formar tropas que ayuden a estabilizar la situación en Cabo Delgado.
Pero, ¿la fuerza armada basta para derrotar a Al Shabab?. "La insurgencia no se detendrá militarmente", contesta el experto estadounidense Joseph Hanlon, que investiga Mozambique desde 1978.
Hanlon subraya que los yihadistas "reclutan a hombres jóvenes sin trabajo" y destacan que "el Gobierno les está robando el futuro", por lo que "crear miles de puestos de trabajo" para la juventud "terminaría con la guerra".
Aunque eso, apostilla, requiere que "las compañías de gas y los oligarcas del Frelimo que gobiernan Cabo Delgado usen parte de sus ganancias para financiar esa creación de empleos y, hasta ahora, no han demostrado interés".