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Viernes 13/06/2025
 

Notas de un lector

El ruido de la savia

Pedro A. González Moreno (Calzada de Calatrava, 1960), acaba de dar a la luz “El ruido de la savia” (Colección Literaria Universidad Popular, San Sebastián de los Reyes, Madrid, 2013), por el que fue merecedor del XXIV premio José Hierro de poesía.

Cercano a cumplir tres décadas al pie de los versos, Pedro A. González Moreno (Calzada de Calatrava, 1960), acaba de dar a la luz “El ruido de la savia” (Colección Literaria Universidad Popular, San Sebastián de los Reyes, Madrid, 2013), por el que fue merecedor del XXIV premio José Hierro de poesía. Es este su sexto poemario, que al igual que los cinco anteriores, lleva el refrendo de un prestigioso galardón

    En 2007, al hilo de la publicación de“La erosión y sus formas (Antología 1986-2006)”,escribí que los versos de Pedro A. González Moreno están impregnados de delicadeza y sugerencia, y que en ellos y desde ellos, el lector puede descubrir el aroma de una poesía que guarda en su interiorsabiduría y emotiva pulsión.
Ahora, tras haber escuchado quedamente “el ruido de la savia”, me reafirmo en mis palabras, y añado que en el interior de estas páginas corazonadas,  existe un íntimo mapa de desasosegante nostalgia, la imperecedera piel del ayer, los nudos que abrazaron los antiguos territorios de la niñez.
En su libro “Calendario en sombras” (2005), escribía González Moreno: “Ahora que ya todo se ha acabado cumpliendo/ con la implacable precisión que tienen/ a veces los presagios,/ también crece hacia dentro/ (hacia qué principios, hacia qué/ nada oscura) el poema:/ hacia un silencio último, dónde sólo se escuche/ el ruido de la luz sobre las cosas”. Algunos de aquellos ecos, vuelven ahora a latir y parecen sumergirse en las raíces genealógicas, en los espacios que evocan memorias de otros días, en los protagonistas familiares que se ovillaron muy cerca de su conciencia: “…heredé de ellos/ una extraña escritura/ donde podía leerse/ el filo de las hoces y el ruido de la savia./ No me enseñaron mucho,/ pero sé que tenían tatuada en la carne/ una oscura gramática del frío y la sed”, reza el poema que sirve de introito.

Dividido en cinco apartados, “Raíces para un árbol genealógico”, “El ruido de la savia”, El poema y sus ramas”, “Tu cuerpo entre las hojas” y “Una rama tronchada”, el volumen contiene mimbres unitarios, que convierten su discurrir en un cántico muy bien vertebrado y con ambición circular. La sabia musicalidad de los versos, los rítmicos timbres que derraman, hacen, a su vez, que el discurso se abroche pausadamente al alma lectora y fluya, cómplice y viajero, por las venas comunes, y sirvan de bálsamo para el dolor: “Es buena tierra la palabra./ Nunca precisa de la lluvia/ para que crezca su semilla/ y se haga voz en nuestra carne./ Agua que sacia nuestra sed/ e igual que un perro fiel nos lame/ piadosamente las heridas”.

     Despojado de vanos artificios, de fatuos oropeles, González Moreno ha pulido aún más su verbo y ha dotado a su escritura de una pureza que convierte su mensaje en penetrante y solidario. Y aún más, cuando de amor trata su decir. Porque de mucho amor se nutre también este himno vital, esta velada autobiografía, que pronuncia con rotunda autenticidad a qué sabe la buena poesía: “Deja un libro en cualquier sitio,/ como si fueras a volver muy pronto;/ que parezca que todo se ha quedado esperándote”.

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