Lo que más llama la atención de este libro de Pedro Flores (Gran Canarias,1968) es su dominio de lo cotidiano. No sólo lo conoce y lo entiende, sino que se entrelaza con él en una suerte de clara conciencia opinadora de lo que deviene a sí mismo y a cada uno a quien rodea. Hay una rigurosa exactitud en el acordar los tres tiempos del verbo a su memoria y a sus expectativas. No puede extrañar, por tanto, que el poema que ofrece título a su poemario, “Coser para la calle”, se conforme a partir del recuerdo de una canción infantil popularísima del siglo pasado: “Con la luz apagada para no gastar,/ en un diminuto cuarto sin ventanas,/ así cosía que yo la vi.”
Como aduce seductoramente el arte de la hermenéutica, el lenguaje del ser es su morada. Lo dice todo a partir de una verdad intransigente. Cualquier circunstancia debe llevar a la razón vital del hombre a comparecer con la palabra desnuda, y con los motivos necesarios para saberse útil y divergente dentro de su historia. Así que Pedro Flores se hace fuerte con versos llenos de realismo, al mismo tiempo que llamadores y deseantes de una hiperrealidad generada y visible desde la pulsión secreta. De esta suerte, el poeta se siente lícito para describir su quehacer y acercarse y cantar a los maestros con autoridad y familiaridad encomiables: la poesía es “un sapo con piel de alabastro cuyo solo tacto trastoca el recuerdo”, y luego es “una vieja que espera a un feliz caballero que la adora sin verla”; a su “Poeta mayor” Rubén lo llama hermano, y “César Vallejo y Abuela se encuentran, a falta de un sitio mejor, en este poema”.
Coser significa bordar los vestidos que la reina había urdido las tardes del domingo dejándose los ojos, y también imaginar a la oscura viuda abeja reina “fabricando delicadas crisálidas/ para un cielo de luz que le es extraño.”
Y la vida se encarece. La luminaria del proceso creativo se multiplica en un caleidoscopio de aconteceres íntimos entreverados con el sueño de los otros. Basta con hacer de las formas sensoriales la causa productora de un ámbito nuevo donde se dice todo lo que se ha intuido previamente. Como bien apunta Pedro Flores, hay que estar plantado a la vera del poema no para que alguien venga, sino por si alguien viene. Esto supone una declaración de intenciones, porque
Coser para la calle pretende apuntalar sin reparo el cuarto de costura donde se hilvanan cicatrices de niñez y se hilan vivencias que el propio tiempo y el amor doliente se encargan de embellecer. Del tiempo y del amor, y del destino mortal que les espera enraizado en lo más profundo, surge el “Epitafio para una hermana muerta”. No hay más y, sin embargo, la vida vuelve a ser interminable a cada golpe de palabra. El hilo dúctil de los versos sigue siendo traído por el viento de cada día. Ya dijo el filósofo que el hombre es pasar, es irle pasando cosa tras cosa. Lo refiere Pedro Flores, sin énfasis y con un tic de sabiduría, en su “Breve nota autobiográfica”, la cual desencadena en un inventario de lo que fue y es y, consecuentemente, de lo que habrá de ser al hilo de la certeza antes de que la duda la ensombrezca.
A fin de cuentas, la verdad consiste en regresar de cualquier parte con tal de lograr poner a todos en su sitio, aunque a veces uno piense que aún está de más porque los otros llegaron a creerle tan distinto: “Cómo decirles que la poesía/ también exige manos carniceras”. Igualmente, exige brillo, y de la sencillez con que la viste Pedro Flores para entender que “ahí está ella, la dragona,/ la loba, la del corazón de hulla, la poesía.”