En una entrevista concedida en 2012, Jacobo Rauskin (Paraguay, 1941), confesaba: “En mi poesía, me interesa la sencillez, no la simplificación, que es otra cosa. Tomo en cuenta, fuera de las corrientes vigentes, una sugerencia de Poe: tratar al verso como si fuera una música inferior o de menor capacidad (…) La brevedad me tienta, los poemas de cierta extensión también. Si hablamos de la música verbal que nace en el verso libre, yo uso las escalas ascendentes, descendentes y también las escaleras de incendio”. Y con estos mimbres líricos, se presenta “Poemas selectos” (Pre-Textos. Valencia, 2018), una antología preparada por el propio poeta paraguayo, quien ha tenido en cuenta las preferencias de sus muchos lectores a la hora de seleccionar sus originales. Este puñado de textos no obedece a un orden cronológico e incluyemuestras de algunos de sus libros más relevantes: “Jardín de la pereza”, “Andamio para distraídos”, “Estrella estremecida” o “El sueño derramado”.
Rauskin ejerció la cátedra en la Universidad Católica de Asunción y es miembro de número de la Real Academia Paraguaya de la Lengua y académico correspondiente de la Real Academia Española. En 2007, obtuvo el Premio Nacional de Literatura en Asunción.
Este conjunto que me ocupa se adentraporlos sueños del amor y las veleidades de la realidad, y explora la metamorfosis del ser humano al hilo de su edad mutable. Despojado, pues, de las trampas a las que nos someten las horas del vivir, el yo va destejiendo los sentimientos y los anhelos que una vez fueran pasión y, a su vez, perfila el resto de una existencia empírica y solidaria: “Como una lenta ronda de sombras/ alrededor de un árbol que sueña,/ gira la plaza en un recuerdo./ Para mi todo comenzó con la vida diaria,/ mezclada con alguna ilusión, con la esperanza/ de quien no tiene más que las manos vacías”.
Hay detrás de estos versos una reflexión sosegada, en ocasiones, intimista y, en otras, metafísica, que no se deja llevar por lo emocional, sino que brota contenida y con el deseo de hallar respuestas. En la búsqueda constante de una palabra esencial, reveladora de cuanto deviene de la existencia del ser, Jacobo Rauskin concentra su sereno decir sobre la inquietante incertidumbre que envuelve el alma humana, sobre su mortal condición: “Un relámpago nos dibuja la rama de un árbol./ La lluvia nos recuerda/ a las hojas que apenas la sostienen./ Y la costa no queda lejos, pero quien sabe./ Oscuramente navegamos, como sombras/ que un destello destierra y otro sueño restaura”.
Para el escritor paraguayo el tiempo ya vivido puede comprenderse como una amalgama de instantes independientes entre sí. Y desde ese postulado, refrenda la necesidad de avivar el acto creativo como una representación de sus ausencias, sus anhelos y, al cabo, su ulterior conciencia. La verdad de sus horas ha afianzado el instante poético y, para su diario acontecer, lo temporalpodrá renacer, pero antes tendrá que morir.
Reflejado en los perfiles de su interior, perviven candentes las remembranzas, las mismas que reverberan su mudanza y conjugan de manera exacta con su imagen del ayer. Mas junto a la figura emergente de su mañana, se retratará también la determinación de su sucesiva realidad: “El cielo suelta estrellas, el viento sigue su camino/ y, como siempre, rueda la luna en busca de un poeta./ Si pregunta por mí, alguien tendrá que decirle/ que no estoy, que soy feliz en un encantamiento/ que tiene el nombre de la mujer amada”.