En la atractiva colección Calle del Aire, acaba de ver la luz el quinto poemario de Jesús Tortajada, “Manual de la contienda” (Renacimiento. 2018). Este sevillano del 54, licenciado en Derecho, y que ejerce en su ciudad natal como procurador, suma un nuevo volumen a su meritoria obra. Han transcurrido ya ocho años desde que publicase “Ruegos y preguntas”, con el cual obtuviera el premio “Ángaro”.
En este tiempo, su decir ha ido depurándose hasta encontrar un modo personal y certero desde el que vislumbrar lo ido y lo futuro. Aquí y ahora, el vate hispalense se confiesa y hace memoria como forma de liberación. La acordanza se torna empírica rebeldía y dibuja una atmósfera donde se hace patente la fragilidad venidera. No es que el tiempo se convierta en enemigo, sino que las deshoras del yo van buscando una atalaya desde la que comprender la sincronía humana: “Ya sé que con los años el recuerdo/ se vuelve cada vez más caprichoso,/ pero es injusto que, a estas alturas,/ aún me tenga esperando conocer/ lo que merezco…”.
La música que acompaña los versos de Jesús Tortajada es un preciso complemento a su discurso. Desde un endecasílabo muy bien elaborado, el ritmo de los poemas acompasa una lectura grata, reveladora de un íntimo universo donde no se detienen las preguntas. La conciencia del sujeto lirico permanece alerta a cuanto resta por acontecer y planta su anhelos y tristuras junto al árbol del alma: “Todo viene al milímetro medido,/ cada segundo sabe más de mí/ de lo que nunca yo podré saber,/ mas hoy me corresponde - igual que el náufrago/ se abraza a una traviesa de madera-/ asir la expectativa de que existo”.
Si dividido en cuatro apartados, el poemario viene hilvanado por un hilo común que desnuda con intensidad los gestos e intenciones del poeta. Al par de la trascendencia que enciende su variedad temática, Jesús Tortajada no renuncia a salpicar con cierta ironía algunos de sus textos. Porque a pesar de que su resignada batalla frente al vivir es palpable, nunca está de más ofrecerse una escapatoria que aliente y cobije la cotidiana existencia: “Es que mi corazón no sabe nada/ de nadie, siempre viéndolas venir/ y tan a gusto en su refugio, no/ se entera. En
stand by -suena mejor/ que ausente- con lo mínimo subsiste./ Pero el vigor de su latido añoro,/ volver a oír el timbre de la vida/ sonándome como una voz naciendo,/ pues he de estar presente cuando nombren/ la lista del que existe y responder”.
Al imbricar los retazos del ayer entre las costuras del presente,la inmanencia de su mirada esculpe la percepción de cuanto la realidad le concede. Su voz inventaría la distancia entre lo absoluto y lo perdurable y, desde la pluralidad de sus sílabas, el autor sevillano traza un bellísimo y sincero mapa lírico, un sólido argumento en torno al ser y la palabra.
Dejó escrito Jaime Gil de Biedma en “Las personas del verbo”: “…se estremece/ la eternidad del tiempo allá en el fondo”. Y allá, en la eternidad del valor que también confiere el verso, Jesús Tortajadaha dejado huella enla casa poética de sus años : “En mi equipaje personal, de mano,/ he guardado el amor, el amor solo”.