Según el último informe publicado en torno al Alzheimer, hay actualmente en el mundo 46 millones de personas que padecen esta enfermedad. Si la tendencia continúa como hasta ahora, en 2050 habrá 131,5 millones; es decir, en apenas treinta años los casos se habrán casi triplicado. El Alzheimer se presenta, pues, como uno de los retos más importantes para la salud pública a nivel internacional de cara al futuro.
A día de hoy, no hay ninguna cura diagnosticada que pueda paliar sus terribles efectos. Ello, unido al progresivo envejecimiento de la población, está generando una concienciación social y política que resulta imprescindible a la hora de prevenir y remediar este trastorno.
El ámbito de la literatura ha tomado partido en los últimos tiempos de la trascendencia de este sufrimiento y no son pocas las publicaciones que lo tienen como protagonista
.Valgan a modo de ejemplo títulos como“Los artistas de la memoria”, de Jeffrey Moore, “
El hombre sin pasado”de Peter May, “No recuerdo si lo hice”, de Alice LaPlante, “Las amapolas del olvido”, de Andrea Gillies, “
Ahora tocad música de baile”, de Andrés Barba, “Elizabeth ha desaparecido”, de Emma Healey, “Quiéreme siempre”, de Nuria Gago…
Y también la Literatura Infantil y Juvenil está tratando con delicadeza y emotivo empeño la manera de acercar a los más pequeños la realidad y las consecuencias que derivan de este mal. Volúmenes como “El zorro que perdió la memoria”, de Martin Baltscheit, “La abuela necesita besitos”, de Ana Bergua y Carme Sala o “Alzheimer, ¿qué tiene el abuelo?”, explican con naturalidad su proceso y suverdad.
Al hilo del Día Mundial del Alzheimer que se celebró el pasado viernes, se edita “Abuela, te acuerdas” (Penguin Random House Mondadori. Beascoa. Barcelona, 2018). Escrito por Paul Russell y acompañado por las bellísimas ilustraciones de Nicky Johnston, “narra la historia de una familia unida por el amor que siente por un ser querido que ha olvidado sus nombres, y que lucha para que no olvide también cuánto les importa”. La pequeña María va contando todo aquello que compartía con su abuela y que, por desgracia, no puede ni podrá ya nunca evocar. Pero María y su hermano se encargan de reavivar su memoria: “Nosotros tenemos muchos recuerdos de ella”, dice; y así, el lector sabrá de las salchichas gigantes que cocinaban los domingos, de los días que iban juntos a la playa, de cómo los confortaba con su abrazo durante las tormentas, del olor de su pastel de manzana recién horneado, de las comidas campestres en el jardín…
“Ahora, la abuela vive en una habitación con un jardín pintado. Vive con personas que recuerdan por ella”. Y a pesar de esa distancia, para María su abuela sigue estando cerca y sigue siendo un motivo de alegría y diversión, porque cada vez que la ve “le digo que la quiero. Así que no me importa si se olvida”.
Un libro, en verdad, ejemplar y pleno de humanismo, muy recomendable para padres e hijos y con un mensaje corazonado donde priman el amor y la solidaridad.