Ha sido San Agustín uno de los hombres que con más hondura y ha tratado el tema del amor:
Amor meus, pondusmeum; illo feror, quocumqueferor. “Mi amor es mi peso; por él voy dondequiera que voy”, dejó escrito siglos atrás. Al cabo, la gravitación amatoria que nos impulsa y nos desampara, la voluntad corazonada que nos conforta y nos desconsuela, es un acto, una corriente que fluye en paralelo a nuestra existencia. Ni en la certeza de su consumación ni en la semántica de su acabamiento se reconoce mejor el ser humano, pues desde ambos extremos es capaz de recontar la dimensión de lo verdadero, la legitimidad de su acontecer.
Tras leer y releer los poemas que integran “Memoria de un mal sueño” (Algaida Poesía. Sevilla) de Juan Van-Halen, he creído reconocer en su decir esa sentencia agustiniana ya citada. Porque este poeta de alma buena y verso cristalino, ha vertebrado un volumen donde la conciencia amante mueve y remueve las aguas de una vida que fue y que continúa firme en su singladura.
En este libro que obtuvo el V Premio Internacional “José Zorilla”, la imagen y la intuición conjugan con exactitud a través una sensorialidad plena de reflexiones. Por ende, lo sustantivo y lo onírico pugnan por hacer más fecunda la cotidianeidad de un sujeto poético que dirige la mirada hacia su ética más íntima. Y así, el lector se siente cómplice desde el texto que sirve de pórtico: “No sé si eres un sueño o exististe,/ si te nací en la fiebre de una noche/ o en un ignoto mundo/ que no descubrí nunca porque se iba alejando/ cuando más lo esperaba./ Guardo en un cofre del tiempo la memoria/ de lo que acaso no sucedió pero lleva tu nombre./ Es un recuerdo infiel sin más posible vida/ que el humo de un amor/ que el destino hizo sombra/ sin confines”.
Sabe Juan Van-Halen que si no es posible obtener la esencia más veraz del amor, al menos, debe prevalecer la intención aprehensiva de toda su experiencia y ser capaz de seguir aprendiendo de ella; aun siendo consciente de que su búsqueda pueda resolverse en una mera figuración fugitiva. La acordanza, el goce de ser, el asombro…, batallan aquí contra la soledad, contra los antagonismos que son impedimento para alcanzar lo deseado. E inherente al amor es su consunción, pero a pesar de ello, el yo lírico refunda el porqué de una felicidad duradera o efímera, siplena de fundamento.La renovada contemplación de un escenario evocador propicia instantes de indentitaria fidelidad frente al hecho mismo de la creación: “No trates de llamar de ninguna manera/ al misterio que esgrime la piel en la caricia./ Sencillamente goza la yema de los dedos./ Y sobre todo, amor, no trates de buscarle/ un nombre al torbellino/ de nuestros cuerpos juntos,/ enloquecidos de tan juntos,/ cuando ya somos tierra, uno dentro del otro./ Sencillamente deja que el mundo se desmande”.
En su revelador prefacio, escribe Carlos Aganzo que este libro es “un tratado del amor, del amor como fuerza que, por encima de cualquier otra condición humana, impulsa, ahorna y da sentido a la vida de los hombres”. Y que, a su vez, demuestra una vez más la excelencia de un poeta de perdurable sentimiento, de intacta vigencia “en los siglos que duermen y que gritan”.