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Notas de un lector

María Zambrano, la luz del conocimiento

"Misterios encendidos” acerca al lector la bella historia que Antonio Colinas compartió vívidamente junto al magisterio de María Zambrano

Publicado: 01/04/2019 ·
11:26
· Actualizado: 01/04/2019 · 11:26
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Es esta la historia de una profunda admiración, de una entrañable amistad. La oportuna publicación de “Misterios encendidos” (Siruela. Madrid, 2019) acerca al lector la bella historia que Antonio Colinas compartió vívidamente junto al magisterio de María Zambrano.

El 28 de abril de 1984, el escritor leonés tuvo ocasión de visitar a nuestra gran pensadora. Ella, vivía aún en Ginebra, aunque en noviembre de ese mismo año regresaría a España tras cuarenta y cinco años de exilio. Desde entonces, la hermandad entre ambos fue creciendo y el intercambio de misivas, reflexiones, confidencias, escritos…, no hizo sino aumentar la clarividencia de una conocimiento mutuo que parecía venir desde otro tiempo, desde otro espacio.

“Haber conocido a María Zambrano personalmente fue una experiencia insustituible en mi vida. La suya supuso ese tipo de  presencia que nos permite decir que nuestra vida fue diferente porque un hubo un antes y un después de nuestro encuentro con ella; de ese primer encuentro en el que pudimos apreciar la angustia del que vive en los límites”.

     Sabía la autora malacitana que “la primera realidad que al hombre se le oculta es él mismo” y, muy pronto, quiso descubrir la esencia misma del ser humano. Consciente de que para alcanzarla salvación debe atravesarse un profundo proceso de comprensión de la realidad, María Zambrano apeló a la aceptación racional como mejor manera de obtener la libertad individual. Su ontología trata de descifrar la intimidad del sujeto y alcanzar una espiritual felicidad mediante el dominio de las pasiones. De su compromisomanaba una sostenida indagación interior que aunaba lo humano y lo sagrado con el anhelo de clarificar la radical heterogeneidad del ser. Su afán por hacer de la razón poética materia indispensable para poder trascender fue una de sus principales aportaciones.

     A la hora de pergeñar este volumen, reconoce Antonio Colinas que su intención primera fue la de realizar una personal semblanza zambraniana, un fraternal balance de su persona y de su pensamiento. Pero a medida que avanzaba fue descubriendo una identidad novedosa y distinta a la ya conocida -y reconocida- de mujer filósofa, exiliada y republicana.Porque en María Zambrano había otra filiación mas oculta que sólo revela su luminaria espiritualidad. Su aspiración última estaba más allá de su condición terrenal. Y, tal vez, por eso creyó que en toda pregunta estaba impreso el despertar del hombre, y que era suficiente descreerse, desinventarse, para que la vida intentara responder a nuestro verdadero origen.

Su feliz infancia segoviana -tan unida en aquellas tierras y en aquel tiempo a Antonio   Machado-, su paso universitario por Madrid, donde fuera alumna y discípula aventajada de Ortega y Gasset, Julián Besteiro, García Morente o Zubiri, su nombramiento en 1931 como profesora auxiliar de metafísica en la Universidad Central, su amistad con José Bergamín, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Rafael Dieste, Emilio Prados, Miguel Hernández..., su boda en 1936 con Alfonso Rodríguez Aldave…, se verá alterado en mitad de su feliz juventud al tener que salir de España el 28 de Enero de 1939.  París,  inmediatamente México y después La Habana, serán los primeros hitos del exilio. Y a partir de aquí una hilera de ciudades     -Roma, Ginebra…-, de países -Puerto Rico, Suiza…- y personajes – Octavio Paz, León Felipe, Albert Camus, René Char…-, que irán aliviando su dolor por la patria perdida y madurandola hondura de su pensamiento.

     Murió María Zambrano en Madrid el día 6 de febrero de 1991. De ella, y de su razón de ser, queda en estas páginas un  testimonio emocionado y lúcido. Y un encendido retrato de sus dones: “alma, amor, silencio, luz, piedad”.

 

 

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