Con la intención de generar un diálogo espiritual y de recrear su personal aventura mística, Francisco Jiménez Carretero ha dado a la luz “Y no te vi, Señor, y estabas…” (Ediciones Vitruvio. Madrid). Impregnado de un existencial intimismo, el poeta albaceteño articula un discurso del que mana un compromiso humano y esencial a la hora de convertir en palabra la necesidad de Dios.
El poemario se abre con un sonetodesacompasado en el que ya se adivinan las claves temáticas del conjunto: búsqueda, anhelo, misterio y pasión. Porque el decir del sujeto poético sustantiva su voluntad de alumbrar su cotidianeidad cerca de la llama del Amado: “Y de nuevo ante ti,/ por si pudiera/ oír el eco de tu voz vibrante/ que me hiciera alcanzar en un instante/ la antesala divina de tu espera. Si supiera encontrarte/ tras la espera/ que trenza el resplandor más rutilante,/ si pudiera,/ teniéndote delante,/ aún sin verte, sentarme en tu ribera”.
Sabedor de que su verso se sitúa en el seno de un progresivo nominalismo, Jiménez Carretero revela la deuda contraída con su deseo de encontrar la luz sagrada que resuelva sus interrogantes (“¿En dónde el corazón comprometido,/ el que alarga su vuelo y su latido/ cuando cualquier distancia es cercanía?”).
Desde la humana interpretación de las Bienaventuranzas, la hermenéutica que rige su verbo se presenta apegado a un espacio y un tiempo terrenales, pero con una incesante aspiración por alcanzar una creencia que trascienda su condición. Al cabo, desde la ontología de su lenguaje se revela la polarización de su alma, la misma que le permite reconocerse en la determinación cualitativa de una instancia suprema: “Mas, yo, en los brazos del ayer dormido,/ preciso el aval de Tu latido/ para aupar la tristeza que en mí anida./ No dejes de mirarme y haz que acceda/ desde este otoño gris de mi arboleda/ hacia la Vida, Dios, hacia la Vida”.
La profundización de lo divino, la efusividad amatoria, la depuración del sentimiento evangélico, se ve enriquecido por un verso de precisos acentos rítmicos, por una dicción que conjuga con un mensaje entrañado en la asunción de la fe. Y de todo ello se vale Jiménez Carretero para alumbrar su entendimiento y convertir su pálpito en cómplice esperanza, en cáliz de vino cierto: “Pinceladas de Dios para reinventar el mundo,/ el instante milagro de los seres/ tras el Amor que ampara cada vida/ en tanto que la tierra asume los paisajes/ y los alados frutos que el tacto de la Luz,/ desde la piel del día/ hasta esta vieja orilla de mi ser,/ con certeza total aún me procura”.
Frente a la belleza de lo puro, el poeta contempla la fugacidad de la rosa, lo eterno de la gracia, el milagro de los seres, la bondad de lo nombrado…, y desde su honda circunspección derrama la verdad de un cántico que se alza y resplandece como llama encendida: “Te doy gracias, Señor, por ese cielo,/ sublimando horizonte sin fronteras/ albergue de la luz y las auroras/ que parece estar cerca”.