Galardonado con el XLV premio “Ciudad de Burgos”, ve la luz “Mis fantasmas” ( Visor. Madrid, 2019) de Juan Pablo Zapater. Es éste el tercer poemario del autor valenciano (1958), quien iniciase su andadura lírica en 1990 con “La coleccionista”, premio “Fundación Loewe” a la Creación Joven. Tras un largo silencio, en 2012 editaría “La velocidad del sueño”, reconocido con el premio de la Crítica Literaria Valenciana.
En aquel volumen, escribía: “En este mundo somos como el huésped/ que al llegar tomó un cuarto imaginario/ sin dar ninguna fecha de partida,/ que no subió equipaje, ni hizo nunca/ preguntas sobre el paso de los trenes”. Ahora, frente a estos “fantasmas” que convocan sus versos, el
yo se articula desde una perspectiva más unívoca y se deja llevar por una trascendencia honda y precisa. Un trío de pilares universales como son la vida, el amor y la muerte se agrupan en estas páginas a modo de desnudo escenario en el que poeta
canta y cuenta la cadena de sus días.
Dividido en tres apartados, “Apariciones”, “Presencias” y “Visiones”, el libro testimonia la vigilia constante de quien se siente atraído por los espacios que habita, por quien se siente dueño de un tiempo vinculante que no atrapa, sino que seduce: “La habitación que un día/ dejé para mudarme a la casa del mundo/ aún guarda en sus armarios/ el fantasma de un niño que parece/ conocer mis más íntimos secretos”. Junto esa antigua morada, el poeta matiza la constatación de un ámbito poblado por seres y territorios familiaresdesde el cual humaniza la realidad de un ensueño ulterior y propio “para seguir en pie, no de rodillas”.
Si la vida se alza como la continuidad de un círculo emotivo e irrenunciable, el amor aparece como motivación armónica entre un pretérito vulnerable y un futuro que alboree la dicha: “Te ofreceré una cena, bien servida,/ y llenaré tu copa con el brillo/ del vino que resbala como un beso/ por la angosta garganta/ hasta nublar del todo el corazón,/ descalzaré tus pies con mi saliva/ y tu ropa interior iré rasgando/ con las romas tijeras de los labios”.
El conjunto de los textos aquí reunidos respira un tono de celebración, pero tamizado por un sentimiento elegíaco. Porque las pérdidas no son una renuncia, sino una yuxtaposición vital que contrasta con el aprendizaje que signan. El dinamismo que otorga el exacto ritmo de los versos y la complicidad con que se entrelazan los poemas, ofrecen al lector una suerte de mudanza a través de la memoria y la cándida verdadque va quedando en el corazón.
En el último apartado -ya citado- “Visiones”, Juan Pablo Zapater se enfrenta a la muerte desde la percepción de la transitoriedad. El hombre debe aceptar su condición sin esa veta de sufrimiento que tantas veces coarta y ennegrece su residencia en la tierra. De ahí, que su decir se envuelva entre lo inmediato y lo emocional, antes que en su adhesión al desamparo: “Por eso es necesario que vivamos/ sin temer su llegada clandestina,/ pues cuando se presente y nos reclame/ quizás la vislumbremos como un modo/ del volver al origen,/ una forma serena de sentirnos/ el huésped que al partir deja colgada/ su llave para un nuevo pasajero”.
Un poemario, en suma, hondo y sugeridor, dador de un exigencia estética y lírica de muy alta temperatura.