Bajo el título de “El paisaje se hace poema” (Fundación Ortega Muñoz. Badajoz), se reúne una atractiva compilación de José-Corredor Matheos.
Nacido en Alcázar de San Juan en 1929, el polifacético autor manchego lleva décadas entregado al cultivo y difusión de la cultura.
En 2005 obtuvo el Premio Nacional de Poesía por “El don de la ignorancia” y, en 1984, se le concedió el Premio Nacional de Traducción por su antología “Poesía bilingüe catalana”-. Además, es amplia su labor como ensayista y crítico de arte.
Jordi Doce ha estado a cargo de esta edición. En su prefacio, ofrece al lector las claves líricas del vate alcazareño y afirma que esta selección “propone un viaje desde una visión lúcida dolorosa y esperanzada de la propia finitud hasta la actitud -no menos lúcida- de serenidad o despreocupación con que el poeta acepta que `la vida empieza cuando la vida acaba´”. Incide el propio antólogo en que el florilegio abarca “la casi totalidad de los poemas que José Corredor-Matheos ha dedicado a los motivos complementarios del paisaje y del mundo rural”.
Al margen de los tres inéditos que cierran el conjunto, hay otros ochenta y tres poemas que ofrecen una retrospectiva de los once libros compilados. En ellos, se adivina una comunión con el paisaje que no pretende apropiarse de su condición, sino tan solo gozar de sus dones. Porque la mirada de Corredor Matheos es abarcadora y generosa, dadora de una verdad palpable que reconstruye su universo íntimo: “Contemplo cómo arden/ en silencio mis manos. Pasos en la memoria/ pisan hierbas y suben/ largas escalinatas (…) Quisiera estar muy lejos,/ lejos, en cualquier parte./ Recorrer viejas calles,/ caminos de montaña,/ bajo una dulce lluvia./ Quisiera ser un río/ sin orillas ni peces:/ río solo, sin agua”.
Al par de estos versos, el paisaje surge como una forma de entender la vida desde la perspectiva más humilde, más sincera. Porque no existe una fingida idealización de lo que su estado y su carácter ofrece, sino una sencilla consecución de lo que el ser humano -en este caso el creador- traza entre su corazón y su cotidiano acontecer: "La paz que se respira/ no es aún el poema./ Sólo la tarde sabe,/ en esta hora incierta,/ lo que debes hacer./ Deja, pues, que el poema/ resbale con el ritmo/ de la respiración/ que sale sin esfuerzo/ de la tierra,/ del volar sobre los pájaros”.
Además de las fronteras
naturales que abrochan esta antología, hay una amplia línea que signa la dicotomía vida-muerte y que simboliza el principio y el fin de cuanto brota y cuanto sucumbe.
Porque José Corredor-Matheos adopta una postura cada vez más realista, alejada de la certidumbre del desconsuelo. Su exaltación vital cristaliza en conservar en la memoria una instantánea con fondo y forma de dicha, entre la inmensidad y el asombro que proporciona la desnuda libertad del campo: “No hay nada que me impida/ oír la voz del árbol/ cuando sueña,/ las plegarias que brotan/ de sus hojas./ Ya no me queda nada por perder,/ pero soy tan feliz…”.
Una antología, en suma, oportuna y reveladora de la esencialidad de un poeta hondo y veraz en el latir de sus sentidos.