Hay cierto dolor que refunda nuestra existencia, una angustia que deriva en un territorio trágico desde el cual escarbamos con celo hasta extraer nuestra identidad primigenia. Saberse materia que no será en su mudanza más que
polvo enamorado, fiel utopía de una misma ofrenda, resulta, en ocasiones, tan elocuente como desolador.
“Para todos los males hay dos remedios: el tiempo y el silencio”, dejó escrito Alejandro Dumas. Sin ánimo de corregir al maestro galo, me permito añadir uno más: la poesía. Porque la palabra, en suma, es bálsamo, escalofrío de la verdad frente a la desesperanza, vía de escape que permite un discurso no sólo identificativo, sino también mnémico.
Sobre tales mimbres parece sustentarse “Las Furias” (eolas, 2019) primer poemario de Juan Hermoso. Este Doctor en Filosofía y Licenciado en Psicología, que lleva dos décadas dedicado a la docencia, da ahora a la luz este testimonio íntimo y de matices muy reales. En él, no hay lugar para las ambigüedades.Tan sólo parael radical fundamento de ser mortal: “Padre,/ yo dormía aún quizá cuando tu puño/ golpeaba la pared de un pasillo sin nadie/ y no te oí gritar, no pude oírte,/ cuando tu voz rasgaba las costuras del aire./ Luego vería tus manos/ plegadas dulcemente/ una sobre la otra/ amasando el miedo sin saberlo/ y tu silencio luego/ llevado por las horas/ como un ave perdida/ por un cielo invernal”, anota el poeta madrileño en el apartado que sirve de pórtico,
Ordalía.
Al par de esa elegía turbadora, donde el vacío se convierte en erosión semántica del discurso, el sujeto dicente explicita la verosimilitud de su confesión y se proyecta como mensajero de unas vivencias que se ve
obligadoa recrear y compartir. Frente a ellas, abarca la abusiva furia de su condición humana y hace de su verso honda confidencia, clarificador testamento deun horizonteaún más tristeador: “Era el hilo finísimo/ que enhebraba las lágrimas en la piel de tu madre/ y tú habías roto/ -ella regresaría para morir/ a la casa sin luz de su niñez-,/ el sedal silencioso que hendía el hueso,/ el caudal de la arteria/ que una llama invisible/ había de detener”.
En su epílogo a este volumen, afirma Julieta Valero que “hay en
Las Furias una extendida experiencia de condena y de redención a través de lo matérico elemental, tan cálida y permeada en el léxico, claro, pero también en el tipo de luz y el olor que irradia cada poema, en la variada experiencia del tacto de las personas que los habitan…”. Y, sin duda, que los seres aquí recreados son un presencia común que adquieren duración desde la piel del verbo. Porque Juan Hermoso lleva al lector a un a un estadio de reflexión ontológica, enel cual el hecho de vivir es más un acto de ser que de conocer, de intuir un presente pretérito y demorarse en él. Al cabo, como ya alumbrara Luis Rosales desde su
casa encendida,“nadie regresa del dolor y permanece siendo el mismo hombre”.
Este rebelde monólogo, este poético diálogo, “es agua limpia que corre entre tus dedos”, que avanza sugerente entres unas páginas plenas de certidumbre, colmadas de un sabor a poesía pura, como “la miga blanquísima del día/ que comienza en tus labios/ y a tus labios regresa”.