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Notas de un lector

Al rayar la mañana

La publicación de “Escaramujos” acerca una atractiva muestra del dominio de Jesús Munárriz del haiku

Publicado: 06/05/2020 ·
10:06
· Actualizado: 06/05/2020 · 10:06
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Más de veinte poemarios jalonan a día de hoy la obra de Jesús Munárriz (1940), al margen de su amplísima tarea como traductor (Hölderlin, Goethe, Rilke, Celan, Shakespeare, Donne, Keats, Wilde, Stevenson, Baudelaire, Schwob, Valéry, Éluard, Bonnefoy, Pessoa, Andrade, Júdice…) editor y autor de literatura infantil.

En “Peaje para el alba”, antología que reunía su producción desde 1972 hasta 2000, confesaba el propio Munárriz a modo de poética que “…de todas las músicas, estar atento a la nuestra, a la que rige las palabras (…) y ver, ver, ver. Ojos dispuestos siempre al asombro, ojos penetrantes, receptivos…”. Dos décadas después, su mirada sigue pendiente de cuanto acontece en derredor y su voz continua mostrando un sabio manejo de las tonalidades rítmicas.

Autor de múltiples registros, su quehacer se sostiene, pues, sobre una realidad vigente y latidora, susceptible de  ser poetizada en ámbitos elásticos y solidarios.

     La publicación de “Escaramujos” (Pre-Textos. Valencia, 2019) acerca una atractiva muestra de su dominio del haiku. No es la primera vez que dedica y homenajea en un volumen completo a esta forma oriental, pues ya en 2005 y 2008 vieron la luz “Jaiqus aquí” y “Capitalinos”, respectivamente.

La naturaleza ha salpicado sus composiciones en muy distintas ocasiones y, valga recordar, como en su poemario “Flores del tiempo” (2004), recreaba gozoso distintos elementos arbóreos (“Goteaban los tejos, los abetos, las zarzas,/ los robles deshojados, el acebo./ Rezumaban los campos humedad, el camino,/ el interior del bosque”) o se detenía con mimo en las aves que poblaban su paisaje (“…el chaparrón ha despejado el parque,/ y gansos y palomas y tordos y gorriones/ se reparten el césped y lo cantan y  encantan”).

     En este volumen que me ocupa, los haikus aparecen divididos en cuatros secciones, o lo que es lo mismo, en cuatro estaciones, además de una última sección titulada “Sin Kigo”.

Diversos territorios, plural vegetación, cromáticas frutas, numerosos animales… se dan cita en esta bello escenario de imágenes y sentidos.

 

   Y así, en el  Invierno, “Bajo el almendro/ rebusca entre la nieve/ un mirlo blanco” y “Blanca de escarcha/ la playa, Navidad./ Suenan campanas”.

Más tarde, “El azahar/ con su perfume anuncia/ la primavera”. Una Primaveradonde “El chaparrón/ se ha llevado las flores/ de los cerezos”, “¡Revolotea/ la semilla en el aire/ buscando tierra” y “Bajo el ciprés/ a la sombra sestea/ un gato rubio”.

Entre tanto, “Pega un buen salto/ la gata, pero escapa/ la mariposa” en un Veranoque “Le hace cosquillas/ al álamo temblón/ la leve brisa” y “Los toros bravos/ pasean en la dehesa/ en el crepúsculo”.

“Tras el chubasco,/ marcando el barro fresco,/ huellas de pájaros” dejan su rastro en un Otoño que “Perdió las hojas/ pero dejó manzanas/ en el manzano”, y, entre tanto,  “El tren traspasa/ la niebla de noviembre/ apresurado”.

     Al cabo, un libro sugerente, que alcanza una grata comunión con el lector y en el que el sabor de la buena poesía “Todo lo aclara/ al rayar la mañana/ la luz del alba”.

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