José Manuel Lucía Megías (Ibiza, 1967) es catedrático de Filología Románica en la Universidad Complutense de Madrid, presidente de honor de la Asociación de Cervantistas, estudioso y promotor, por ende, del Quijote, y valedor de nuestros clásicos, en especial de Lope de Vega. Su inclinación al verso es relativamente tardía. En 2000, publicó su primer poemario, “Libro de horas”. Desde entonces, con diez más, ha mantenido una dedicación lírica inaplazable.
En “Aquí y ahora” (Huerga y Fierro Editores, 2020) expone una revisión íntima del Tiempo como materia y motivo múltiple. El Tiempo es analogía de Vida y Muerte, de Amor y Naturaleza, del Todo y de la Nada. El Tiempo con mayúscula es una sensación inabarcable, impoluta, incólume e imperecedera. El ser humano ha de dejarse llevar siempre desabrigado de una presunta eternidad que consuela al espíritu únicamente en trance de hastío o de pobreza. ¿Qué duda cabe? Tiempo, Amor, Naturaleza y Muerte son los sustentadores de la Literatura. Su referente preciso podría traducirse en Dios o en una anatomía cósmica muy semejante a las del hombre que los concibe. Panteísmo puro, en cualquier caso, que conlleva el afán de sobrevivir.
Sabe el poetaque la supervivencia terrenal tiene un precio. Hace bien en alejarse de la nostalgia a la hora de sopesar las edades y los tesoros que le han aferrado a la voluntad de alcanzar la dicha o, al menos, de lograr la conformidad consigo mismo y con cuanto le rodea. En sí mismo y en el espacio en que se mueve caben sus semejantes. Notoria es la declinación que hace de la morfología de los suyos. Al hablar de su infancia, por ejemplo, se extiende hacia ella en un discurso en que la memoria deja paso exacto a la interrogación de lo tangible, lo duradero y lo innegable.
Ausente de metáforas, la remembranza puede ser tan sencilla y conmovedora como lo expresa el hijo en su poema 15 (con su poso irremisible de amargura): “¿Acaso nunca me besaste en la playa al despuntar la noche aunque nada de tu aliento paternal venga a mi encuentro?... No importa: el recuerdo es siempre una ficción, un relato, nuestros recuerdos son mi mejor novela, la literatura acabada de mis primeros años, de los últimos que ahora cumplo”.
El vate ibicenco se ayuda en buena medida, y a modo de hilo conductor, de un recurso estilístico tan interesante como peligroso, la anáfora, la cual se multiplica a lo largo del libro. Así en el poema 26: “Nunca…/ Nunca…/… Nunca/… Nunca la máquina de coser más frenética y ansiosa/ para llegar a fin de mes, para llenar de promesas la nevera”.
Los últimos años cumplidos son cincuenta. Número clave en la historia del hombre que quiera desgranar las horas de lo ya vivido con un antojo, en absoluto ilusorio, de esperanza. Lo aseguraba Giacomo Leopardi, escéptico universal, en su “Zibaldone”. Es necesaria la esperanza en el día a día con tal de que nos lleve a alguna parte. Es así como se lucha y como se reza el rosario cada jornada, al hilo de propósitos y certezas contundentes, y de verdades insoslayables, las queremos o no presentes en nuestro devenir.