“Hijos de la bonanza”, de Rocío Acebal Doval obtuvo el pasado marzo el XXXV premio de poesía Hiperión. Es este el segundo poemario de la autora ovetense (1997), quien ya publicara cuatro años atrás “Memorias del mar”.
Una cita de Angela Figuera Aymerich, “No podemos seguir con las almas al aire”, sirve de pórtico a un libro que se sostiene sobre una voz firme y coherente. Todo aquello que fue y tiene peso en el presente, todo aquello que puede palparse, pero que tantas veces se escapa, tiene cabida al hilo de estos versos que no hablan de marginalidad sino dedesencanto. Porque de hacer tangible lo que, en ocasiones, pareciera irreal dice, y mucho, la poeta asturiana: “Conseguirás -dijeron/mucho más que tus padres y sus padres:/ estudia cuatro años y tendrás un trabajo,/ trabaja y vivirás siempre tranquila;/ trabaja y serás digna de un futuro./ Asentí, como todos -hijos de la bonanza-“. Y, sin embargo, esa aparente y sencilla felicidad, se ha tornado complejo acontecer, castillo de arena derrumbado en mitad de un nuevo siglo que invita al coraje, a la rebeldía.
Dividido en tres apartados, el volumen avanza signado por un hilo común, por un tejido corazonadoque rescata con mimo la sintaxis del ayer para renombrar lo que actualmentepudiera ser mejor. Mas en esa mudanza vital van quedando los restos, las pavesas de cuanto llama a la constructiva desobediencia;es decir, la sonora reivindicación de quienes ya han desvelado empíricamente lo que hay detrás de una sociedad acomodaticia y, tantas veces,egoísta: “Me dicen `tienes suerte´ (y es verdad)/ yo puedo permitirme/ cinco meses haciendo fotocopias/ por un sueldo de mierda que no paga/ ni siquiera mi habitación de siete/ metros y un ventanuco/ paras soñar que un día/ podré ser como aquellos que me ofrecen/ café por las mañanas y me dicen/ desde sus sillas ergonómicas/ `a ver si sacas tiempo para hacerme/ todo este papeleo para hoy´)”.
Los poemas se asoman sucesivamente a una realidad que pareciera luchar contra lo efímero, contra una modernidad vacua. Rocío AcebalDoval se afana en establecer un diálogo que advierta al lector de la incertidumbre, del desasosiego de una generación que busca un presente y un mañana justos. El día a día es ahora un ejercicio de resistencia, una espera en soledad, un horizonte de nieblas: “Uno aprende a vivir consigo mismo,/ a hallar en su reflejo el mal humor/ de la debilidad:/ aprende a negociar con la mentira”.
También el amor, tatuado entre las cuatro esquinas de lo vivido, se hace aquí símbolo mayor de los sentidos, crisol de pérdidas y hallazgos en el cual se aúnan alma y tiempo. Pasiones, promesas, victorias, hostilidades, despedidas, conquistas, heridas, caricias… conforman un mapa que geografía la piel del yo, y que se hace carne y paraíso, derrota y memoria: “Recuerda que te espero, como siempre,/ pasada la frontera del recuerdo,/ acostada a la sombra de tu horario,/ a la izquierda del tiempo prometido”.
Un poemario, en suma, honesto en su propuesta, balsámico en su esencia, y muy bien vertebrado en su fondo y su forma.