Con “Ulises X” (Hiperión. Madrid, 2020), obtuvo Alberto Guirao el premio
València Nova Institució Alfons el Magnànim. Es este el tercer poemario del autor madrileño (1989), quien anteriormente había publicado “
Los días mejor pensados” y
Ascensores”, por los que obtuvo el XII premio nacional “Félix Grande” (2016) y el II premio “Marcos R. Pavón” del Centro de Poesía José Hierro (2010), respectivamente.
En esta entrega, Alberto Guirao ofrece un mapa distinto y distante de su anterior producción. Su voz no pretende persuadir, sino profundizar en el tejido que ampara a buena parte de la sociedad. Su verso apunta a la fragilidad del ser humano, a su inquietante inmovilismo y, sobre todo, a la mudez con al que afronta, casi a escondidas, su rutina. Tras su decir, hay un yo que pespuntea una realidad objetivada, demorada en imágenes que potencian territorios ajenos y comunes. Sus reflexiones se inscriben en penetrantes figuraciones donde Ulises, Penélope o Calipso intercambian su anhelante ritual con Carver, Montale o García Lorca: “Federico comentaba Nueva York Y un profesor de la Sapienza comentaba a Federico Y yo imprecaba,
pulso herido, a la ciudad inmortal ¿Quién me abrazará? El gran comentarista (
poeta, prologuista), prodúzcase con discreción el encuentro”.
A lo largo de los tres apartados que conforman el conjunto, “Casilina”, Madrid”, y “Casilina”, Alberto Guirao busca el nexo roto que interrumpió en cierta medida el discurrir de su tiempo. Desde esa cesura, su temporalidad pretende olvidar y desmemoriar lo pretérito para renombrar una otredad que, al cabo, no sea renuncia sino resistencia. Desde la inmanencia por recrear el mañana, hay también un afán por encontrar la manera de adentrarse en los ámbitos que ahondan en los sentidos. O lo que sería lo mismo, por enmarcar una representación del mundo que fuera más cercana al nihilismo que a lo idealizado: “Me gustaría continuar ignorando muchas cosas que ahora ignoro. Saber sólo que en la estación de las lluvias han vendido más billetes que plazas. Pero una cicatriz en el dedo continúa recordándome que también a mí puede ocurrirme. Sé sólo que es penoso tratar de compensar”.
Es inevitable, pues, que la conciencia del sujeto constate un proceso de interiorización del que surja cierta angustia, cierta desolación. La vigencia que sostiene la sedimentación del espíritu estimula la visión orgánica de un espacio impredecible. Alcanzar una luz que sustraiga de sí la esencia y active la dinámica interna que otrora fue pasividad, lleva al poeta a nominar un nueva e íntima tipología con la que naturalizar sus incógnitas: “No conviene explicar las certezas:/ cantar el eco sin istmos/ envuelto en toda espesura”
Comprender la totalidad de lo extinguible, no libra, claro,de plantear una serie de interrogantes que acechan con frecuencia a ese yo que pugna por hallar su lugar y que, en suma, termina por hacerse visible respuesta desde la propia antropología de su verbo: “¿Vienes a cantar todo aquello que no has querido entender?/ ¿Qué rebufo invita a la mirada bífida de quién te vio partir? (…) ¿Qué motivo te arrastró? (…) No importa. No pienses. Deja/ seca la tierra Gana/ una voz”.