Del discurso del presidente al blanqueamiento

Publicado: 20/04/2024
Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

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¿Pero con quiénes hemos pactado?, parecen haberse preguntado esta semana los ministros del Gobierno: son ganas de provocar carcajadas.
Ocurrió a principios de los años ochenta en el pabellón de afasia de un hospital clínico de Nueva York. Médicos y enfermeros empezaron a preguntarse qué ocurría a medida que crecía el volumen de las carcajadas procedentes del salón de la televisión: sus pacientes estaban muertos de risa mientras asistían a uno de los discursos del presidente Reagan. 

Lo cuenta el doctor Oliver Sacks en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, donde desentraña el misterio para mayor desasosiego nuestro. “Allí estaba el viejo Encantador, el Actor, con su retórica habitual, el histrionismo, el toque sentimental... y los pacientes riéndose a carcajadas convulsivas”, relata el célebre neurólogo, que empezó a preguntarse por qué sus pacientes, incapacitados para entender las palabras como tales, entendían la mayor parte de lo que se les decía.

La conclusión a la que llegó fue que “los afásicos son increíblemente sensibles a la expresión, a cualquier falsedad o impropiedad en la actitud o la apariencia corporal”. Y, en este sentido, “eran las muecas, los histrionismos, los gestos falsos, y las cadencias y tonos falsos de la voz, lo que sonaba a falsedad para aquellos pacientes sin palabras, pero inmensamente perceptivos”, por eso respondían con carcajadas al discurso del presidente, “porque no les engañaban ni podían engañarlos las palabras”. Lo que lleva a Sacks a la conclusión inversa, en forma de paradoja: “Por eso a nosotros, individuos normales, se nos engaña genuina y plenamente”.

La historia me parece maravillosa. No sólo por la escena y su trascendencia, sino por su significación a la hora de extrapolarla a los discursos de otros presidentes: ¿cuál habría sido la reacción de esos mismos pacientes ante un discurso de Trump?, y hasta de Biden; incluso, puestos a imaginar, a un discurso de Pedro Sánchez, aunque en su caso no sea necesario desarrollar habilidades sensoriales para detectar cuándo engaña, puesto que estamos acostumbrados a que lo reduzca a cambiar de opinión. No necesita gestos, le basta con tirar de eufemismos.

Sacks lo expresa también por boca de Nietzsche: “Se puede mentir con la boca, pero la expresión que acompaña a las palabras dice la verdad”. De hecho, tengo una amiga que ha conseguido identificar en determinados alcaldes y alcaldesas  el momento en el que miente cuando responde sobre alguna cuestión delicada en una comparecencia pública: “Si hace ahora tal gesto o sonríe de tal manera, está mintiendo”. Aguardamos y, al instante, “ahí lo tienes”. Es su táctica para que sigamos tirando del hilo.

A otros, en cambio, no les sale mentir, aunque todo parta de un blanqueamiento, que es también una forma artificiosa basada en el engaño. Ahí tienen a EH Bildu, en cuyos mítines ha dejado hasta de sonar el rock radical. Su candidato a lehendakari, el joven Pello Otxandiano, desprende pinta de yerno ideal, gesto amable, aseado, a primera vista buena gente, hasta que se le pregunta por ETA y sólo le sale decir que era un grupo armado. Lo de terrorista no entra en su vocabulario, parece que tampoco en su memoria.

Un par de días después tampoco le salió mentir. Pidió perdón a las víctimas, por si alguna persona se había sentido ofendida, pero se ve que el chico tiene bien definido lo que fue ETA y no se corresponde con lo que vivimos, padecimos y sufrimos en nuestro país durante varias décadas. No puede mentir, ni mentirse a sí mismo. Y no le pregunten más por el tema que eso ya no le interesa a nadie, aunque se entiende que se refiere a nadie que quiera que le recuerden que ETA fue una banda terrorista. Los demás nunca olvidaremos los rastros de sangre en las aceras, las ejecuciones a sangre fría, ni los cuerpos mutilados, porque es nuestro deber con las víctimas y con la historia.

¿Pero con quiénes hemos pactado?, parecen haberse preguntado esta semana los ministros del Gobierno: son ganas de provocar carcajadas.

 

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