El alcalde de San Fernando, José Loaiza, entregó a Cristóbal del Águila Gil, el pastelero de más edad de la Pastelería La Victoria, una bandera del Ayuntamiento de San Fernando en reconocimiento de la ciudad a un siglo de actividad industrial en La Isla. No en vano la Pastelería Victoria se abrió un 23 de octubre de 1914, Día del Cerro y ha permanecido en manos de la misma familia durante los últimos cien años.
Por la noche y en el salón de celebraciones Yeyo tenía lugar una cena de cumpleaños que contó la presencia de una nutrida representación de la sociedad isleña en donde distintos miembros de la familia fueron contando la historia de la pastelería de la Alameda.
Este periódico la contaba el pasado 30 de marzo, cuando avanzaba el centenario del establecimiento, con una entrevista a los dueños.
El periódico de la época,
La correspondencia de San Fernando, con fecha 24 de octubre de 1914 anunciaba la inauguración en la ciudad de un nuevo establecimiento de pastelería, La Victoria, con Rafael de Águila al frente.
Eso quiere decir, independientemente de lo que decía el periódico en su portada y que luego aclaran los actuales propietarios, que uno de los templos del rosco de Semana Santa de La Isla, entre otras muchas delicadezas, cumple cien años el 23 de octubre, Día del Cerro durante el siglo pasado y lo hace en manos de la misma familia.
Lo contaba Cristóbal del Águila Gil, el penúltimo propietario y Francisco del Águila Pulido, uno de los tres propietarios actuales. Cristóbal es el penúltimo porque una vez que se jubiló pasó la propiedad a sus hijos.
La historia, contada por Cristóbal del Águila Gil, comienza cuando su tío homónimo se marcha a La Habana, a Cuba, con 19 años y trabaja durante más de dos como cocinero en el restaurante del hotel, un trabajo en un establecimiento que le ofrecía la ventaja de ahorrar prácticamente todo lo que ganaba puesto que allí tenía pensión completa.
Tras esos más de dos años haciendo las Américas, Cristóbal volvió con un buen dinero ahorrado y compró la casa de la esquina de la Alameda Moreno de Guerra, donde entonces existía una sastrería, y puso en marcha la pastelería Victoria aprovechando sus conocimientos de pastelería.
Se van sumando
Un año y medio más tarde, aproximadamente, llamó a su hermano Rafael, el mayor de los tres hermanos, que trabajaba en Sevilla en un refino y le dijo que en San Fernando había trabajo para él. Fueron los dos hermanos los que comenzaron su andadura hasta que unos tres lustros más tarde, ya con un negocio boyante, llamaron al tercer hermano, Francisco, padre del actual patriarca, que también trabajaba en un refino, pero en Ceuta, y se reunieron los tres hermanos en el negocio de calle Real.
¿Por qué en el periódico de la época se nombra a Rafael como dueño? Pues puede ser por una simple equivocación, o bien porque en aquellos tiempos el primogénito de una familia tenía un ascendencia sobre sus hermanos en el plano social que no existe en la actualidad. Pero sea como sea, queda aclarada la noticia de La Correspondencia de San Fernando.
Evidentemente, en La Isla existen otras confiterías centenarias, caso de La Mallorquina, pero según Cristóbal del Águila Gil, ninguna ha estado siempre en manos de la misma familia. Y de hecho, en la actualidad San Fernando es uno de los puntos clave en la elaboración de roscos de Semana Santa dentro de la provincia de Cádiz, pero que guarda una forma peculiar de hacerlo.
En eso es taxativo Francisco del Águila Pulido, quien afirma con rotundidad que los roscos en San Fernando saben distintos, y se refiere a todas las pastelerías de La Isla aunque cada una de ellas le da “su puntito”.
Allí trabajan doce personas, ocho pertenecientes a las tres familias propietarias y cuatro que son como de la familia porque todos cumplen muchos años en esa esquina de la alameda Moreno de Guerra. Sin embargo, no todo ha ido siempre como va ahora.
Los malos tiempos
Como el resto de negocios de la ciudad y de toda España, los años 40 fueron extremadamente duros “y nos quedamos con un solo operario”, recuerda Cristóbal del Águila Gil, para luego comenzar a remontar y convertirse en la actualidad en uno de los establecimientos de referencia en La Isla.
Tanto es así que los sábados, domingos y festivos tiene que poner en marcha una maquina expendedora de números para que existe un orden en la atención al público y se eviten problemas.
¿Dónde se ha visto eso? Pues para más señas, y lo decía Francisco, en Sevilla en la Pastelería La Campana, también centenaria, lo que en cierto modo y al menos en este aspecto, las equipara. Otra cosa es que un isleño prefiera un rosco de Semana Santa de La Isla antes que de cualquier otro lugar. Salvo que pueda optar por todos los que les pongan por delante.
De todas formas, los propietarios de La Victoria rindieron homenaje a esta legendaria pastelería sevillana abriendo hace 43 años en la calle Rosario La Nueva Campana, que sigue abierta, y también abrieron en la calle San Rafael. O sea, que el negocio ha dado para expandirse por la ciudad.
Homenaje cofrade
Llegada la Semana Santa y aunque todo el año hay trasiego –menos los días entre semana; desborde total festivos y vísperas- la confitería es un hervidero de actividad y de clientela. Además, se trata de un producto completamente artesanal, “no hay máquina ninguna” –dice Francisco- lo que le concede un plus de laboriosidad. Y de singularidad, porque se puede presumir de haber comido un rosco único. “No hay dos iguales”.
Tanto se le debe a ese manjar que incluso fundaron el Rosco de Oro, una especie de compensación que hace la casa al mundo de la Semana Mayor isleña al que tanto debe. Aunque después de probar un rosco, no se sabe quién debe a quién.