La pandemia hizo que Julio Cuesta tuviese que romper su pregón y dos años después ha abierto la Semana Santa de la normalidad con un texto comprometido, en el que no ha olvidado el impacto del coronavirus, incluso levantando a los presentes con un minuto de silencio y oración, marcado por sus recuerdos, de su infancia y de su familia, recorriendo la semana mayor de la ciudad, pero en especial, del Arenal y de Triana, pero también de los barrios, con un especial recuerdo para la Misión del Gran Poder por Tres Barrios.
Julio Cuesta ha invitado a hacer “borrón y cuenta nueva”, tachando “la soberbia, la arrogancia, los excesos, la injusticia, y también la cobardía. Se nos ha presentado la oportunidad de abrir una cuenta nueva. Un tiempo nuevo, que cierre la puerta al relativismo que galopa sin establecer fronteras entre el bien y el mal”.
“Un tiempo nuevo que abra ventanas de par en par a un nuevo humanismo, que reconstruya las certezas, que reinstaure la firmeza de los valores universales. Un tiempo nuevo en el que la verdad, inspirada en el amor y en la fe, nos haga libres. Y nos devuelva la paz perdida”, porque para Julio Cuesta, ha tenido que ser un ser minúsculo como el virus del coronavirus el que nos demuestre que “somos frágiles, mortales; que el poder, el dinero y la ciencia no bastan; que las fronteras no sirven, que todos somos uno”.
“La comunidad científica y la sanitaria, y señalados responsables públicos, han dado una preciosa lección de abundancia, de entrega, de decisión y de compromiso. Sabemos que, aplicando esas fuerzas, una renovada humanidad sería posible. Porque la aurora siempre llega, pero sólo si somos rebeldes y valientes para rechazar la noche”, apuntaba.
“Ese ser ha conseguido rescatarnos del delirio de la omnipotencia, de la autocomplacencia. Ha dejado a la humanidad sumida en la pobreza y en la muerte. Cierto es que no estábamos preparados para una noche tan aterradora, pero en ella se vislumbra una oportunidad para la esperanza. Y si hemos venido preguntándonos, sin respuesta, cómo podríamos haber evitado la catástrofe, ahora nos preguntamos cómo evitar que prevalezca sobre nosotros el desastre”.
“Recuperar la vieja normalidad, a la que tantos invocan, es una cobarde huida hacia delante. Mal haríamos si el empeño fuera sólo volver a ser como éramos. Está bien tener los ojos puestos en el futuro, pero, desde ahora mismo, Dios y la historia los tienen puestos en nosotros”, por lo que ha querido golpear “con toda mi fuerza el llamador de nuestra conciencia, para mantenerla alerta a la cita con un nuevo amanecer, despojado de lo viejo y revestido de la fuerza que siento y que es Cristo en nosotros”.
De hecho, el pregonero de los años de pandemia, el que incluso ha bromeado con que “me ha faltado tiempo para poner en orden estos papeles y corregir algunas cosillas”, ha conseguido levantar a los presentes en un minuto de silencio, con rezo incluido, para “pedirle al Señor valentía para rechazar la noche, y para descorrer las cortinas a la paz de un nuevo día”.
El pregón del dolor y de la esperanza
Cuesta ha optado por un pregón “del dolor que nada ni nadie ha podido callar, que llamaba a la fe, al amor, a la esperanza, a la humildad, a renunciar a nuestros viejos pecados. Está pasando la tormenta. Ya se ve la amanecida”.
Y lo ha hecho con los recuerdos de familia, los dolorosos, el ángel que le vino al rescate, y los esperanzadores, los niños de nuevo esperando el caramelo de los nazarenos, recordando el silencio de una Semana Santa en la que sólo hablaban los balcones. “Este año, con más ilusión que jamás tuvo un niño en Sevilla, los pequeños oirán sus primeros tambores, verán los nazarenos que ellos mismos querrán ser, harán sus primeras bolitas de cera, y pronunciarán su contraseña de niño en Semana Santa con el nazareno, dame un caramelo”. Suena ese corazón, pequeñito pero libre, soberano, independiente, suyo, no de nadie, como la vida que late en él, decía.
Cuesta se ha detenido en todas las advocaciones de la Semana Santa sevillana, pero especialmente en las del Arenal a Triana, con el Cachorro, con la Piedad del Baratillo, pero ha tenido hueco para hablar de libertad - “No hay nada más libre y revolucionario que sentir la fe”, decía- y de Fray Bartolomé de las Casas – “está bien recordarlo ahora que tanto oportunista salpicado de pegajosa ignorancia está negando la mayor obra de civilización que, como nadie, ni Roma, realizaron nuestros padres por el mundo, precisamente desde Sevilla”-, de la esperanza en su trabajo en la Asociación Española contra el Cáncer y de la Misión del Gran Poder en Tres Barrios: “Te has traído sus miradas para siempre".
“Sevilla, en su Semana Santa, en sus misterios, en sus calles, en sus barrios, toda es gloriosa, dorada, refulgente humildad”, decía Cuesta en uno de sus pasajes del pregón.
Y cerraba con prosa y con verso. “La noche ya se ve huir. Se viene iluminando el alba. Está llegando el Poder de Dios a alumbrar un tiempo nuevo, a abrir una ciudad, a abrir sus calles a unas almas que quieren, que sueñan con superar las miserias, con llevar en sus vidas el Señor del Amor, y el socorro, el refugio, la caridad, la dulzura y la paz de su Santísima Madre.
Dicho queda
lo que el corazón ha dictado.
El tiempo ya está cumplido,
del aire la noche ha huido.
Un tiempo nuevo ha llegado.
Sevillanos del mundo,
la ciudad está ya a la espera
de que salgan las estrellas.
Y al ver las calles mecidas
en palios, en canastillas
de pasión, de amor, de anhelos,
contemplen cómo a Sevilla,
Dios le ha dado la gracia
de convertirla en su Cielo.