La "Madrugá" no acabará hasta el mediodía del Viernes Santo cuando la Macarena, que se habrá hecho de rogar, se recoja en su basílica cerrando la noche más larga de Sevilla, la más festiva y, de generación en generación, la primera madrugada fuera de casa, de calle en calle, en medio de la bulla.
El rito iniciático de la "Madrugá" será posible solo si la lluvia que estropeó el Domingo de Ramos y arruinó por completo el Martes Santo lo permite, ya que los pronósticos meteorológicos reproducen el juego a cara o cruz, con un riesgo de precipitaciones del 40 por ciento entre hoy y mañana.
La "Madrugá" no es el final pero sí el punto culminante de la Semana Santa de Sevilla, como si todo lo anterior fuese un anuncio o preparativo de la gran noche y todo lo que sucede después lo que queda para el final, un final que, curiosamente, también transcurre de madrugada con la procesión en solitario del Resucitado, pero esa ya será una madrugada casi como cualquier otra.
Cualquier día de la Semana Santa sevillana salen en procesión nueve cofradías, y en la "Madrugá" serán sólo seis, las suficientes para condensar ese doble espíritu de la tradición que va del rigor del silencio absoluto al frenesí del piropo coreado.
Ver venir el paso del Calvario en un callejón oscuro puede poner el vello de punta, la imagen de las mujeres que siguen el paso del Gran Poder descalzas en cumplimiento de promesas y cubriéndose con lienzos de plástico para no ser abrasadas por la cera ardiente pertenece a otro milenio, la elegancia con que transcurre la procesión de El Silencio poco tiene de fiesta meridional.
En el otro extremo va la hermandad de Los Gitanos, que pasa junto al patio machadiano en que transcurrió la infancia del poeta entre saetas, cantos flamencos y gritos de ánimo en caló al "Manué" con la cruz a cuestas, y la fiesta descarada de la Esperanza de Triana caminando sobre las aguas del Guadalquivir y haciendo vibrar el Puente de Triana al mismo ritmo de los tambores.
Con la hermandad más populosa de toda la Semana Santa de Sevilla, la Macarena va acompañada por unos 2.500 nazarenos y de su propia guardia pretoriana, los "armaos", una interpretación muy libre de lo que debió ser una centuria romana, mientras que Jesús del Gran Poder, también conocido como "El Señor de Sevilla" lleva unos 2.300 nazarenos, cientos de ellos con cruces a cuestas, a imagen y semejanza de su venerado.
Estas procesiones en las angostas calles de Sevilla hacen que la gente que pretende disfrutar de la "Madrugá" o que tenga la pretensión de ver como mínimo los pasos de dos cofradías tenga que moverse integrándose en "la bulla", denominación popular que se da a una masa humana, a ríos de gente que, en ocasiones y durante un buen rato, hacen intransitable una calle en cualquier dirección.
Los designios de la "bulla" son tan desentrañables que hubieran hecho reflexionar a los autores de "La rebelión de las masas" o de "Masa y poder", ya que se trata de una aglomeración constante gestionada por la mera espontaneidad, de ahí que todavía no haya una explicación del todo coherente a la crisis de pánico que se vivió en el año 2000 y que, como por arte de magia, desarmó la fiesta en apenas unos minutos.
La "bulla", el gentío siempre fresco como si se renovara de hora en hora, es el otro protagonista de la "Madrugá", llenando calles y plazas, cogiendo sitio en las esquinas estratégicas, aguardando la entrada o la salida de las imágenes, conversando con los costaleros que han salido de debajo del paso para refrescarse y sentándose en cualquier sitio para tomar aliento.
Una buena parte del dispositivo especial de seguridad desplegado en Sevilla para esta semana, integrado por casi cinco mil agentes entre guardias civiles, policías locales y nacionales, con la ayuda de cámaras de vídeo instaladas en los alrededores de la Catedral, por la que desfilan todas las cofradías tras su paso por la carrera oficial, custodiarán esta calle en fiesta.