“Yo siempre seré ese niño que mira desde lejos la fiesta”, dice Paco Umbral en el documental que relata su azarosa vida como icono mediático, pop y literario del siglo XX. Fue un tipo raro, melancólico, que escondió bajo su máscara el dolor irreconciliable con la vida que supone perder un hijo; un tipo del que se decía que era un gran escritor y mala persona y al que, más allá de ‘Mortal y rosa’, su obra cumbre, debemos cientos de páginas del castellano mejor escrito en las últimas décadas. Digo esto porque siempre me ha llamado la atención el individuo que podría tildarse de raro, ese que en el patio del colegio mira desde el rincón de su fracaso el éxito de los demás, muchas veces suele ser el preferido de la jauría y el principal candidato a sufrir el silencio y el desprecio. Entre uno y otro, es mejor quedarse siempre con el primero. Su fama de niño tímido que no conoció al padre, los intentos por ocultar su nombre, las grandes boutades que soltaba en cada entrevista hacían de él un hombre inagotable que devino en personaje de sí mismo. Sin embargo, en el fondo de su mirada siempre había un poso de tristeza, seguramente levantada en el recreo del colegio y certificada por años de envidias. ¿La mirada de cuántos está impregnada de tristeza? ¿A cuántos de ustedes, de sus amigos, no se les ha hecho difícil la vida? Sólo los amigos nos reconcilian con ella. El pasado sábado, en la procesión extraordinaria de la Virgen de la Caridad, el barrio de la Victoria se echó a las calles para acompañar a la dolorosa. Más allá del fenómeno religioso, me fijé en las decenas de grupitos de jóvenes que transitaban nerviosos la noche sacando fotos a la imagen y charlando de los planes que esa calurosa madrugada de verano les deparaba. No había tristeza en sus miradas, sonrisas francas y abrazos calientes, alguna cerveza tibia y mucha camaradería. También había parejas mayores que retrataban al gentío con una mueca de respeto, tolerancia o desagrado, según el caso. Acompañado de queridos amigos, me preguntaba cuántos de todos ellos no tendrán al final de sus días la herida umbraliana en su mirada, cuántos de ellos tendrán suerte, cuántos de ellos tendrán que hacer frente a retos más grandes que sí mismos, quiénes de todos ellos serán ese niño que mira desde lejos la fiesta.
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La fiesta
Su fama de niño tímido que no conoció al padre, los intentos por ocultar su nombre, las grandes boutades que soltaba en cada entrevista...
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En mis columnas hablo de la Málaga que fue, de la que es y, a veces, de la que será
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