En el campo de Jalala, situado en las inmediaciones de la ciudad de Mardan y muy cerca del principal escenario de la guerra, el conflictivo valle de Swat, se alojan casi 11.000 paquistaníes en un terreno polvoriento y sin apenas vegetación.
“La situación se había vuelto muy peligrosa. He visto con mis propios ojos cómo los talibanes y las fuerzas de seguridad luchaban en mi pueblo”, relató a Efe el joven Wahad, un lugareño del distrito de Buner.
Bajo tres telares sujetos con palos, una veintena de chicos estudiaba ayer matemáticas sobre una esterilla, mientras a su lado cientos de niños menores de diez años divididos en varios grupos recitaban el alfabeto en voz alta y otros se distraían con un juego de mesa.
“En los últimos días no había electricidad, agua ni comida en la ciudad. Los comercios estaban cerrados. Los talibanes controlaban la zona y se movían por las calles con sus armas. Los militares estaban a las afueras”, explicó a Efe Numan, de 17 años, que abandonó recientemente Mingora, principal población de Swat.
Los dos jóvenes coincidieron en su deseo de regresar a su hogar, donde dejaron todas sus pertenencias, incluidos animales, para venir junto a su familia a Jalala haciendo gran parte del trayecto a pie y con apenas un shalwar kameez, el tradicional atuendo paquistaní formado por una liviana camisa y unos pantalones anchos.
El avance de los integristas a Buner, demarcación situada a apenas 100 kilómetros de Islamabad, empujó finalmente al Ejército a lanzar una gran ofensiva en el norte del país, centrada en el vecino valle de Swat, algo que precipitó la huida de casi 1,5 millones de civiles, según cálculos del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur).
En el campo de Jalala, poblado por cientos de tiendas de campaña con el logotipo del Acnur, varias mujeres aguardaban su turno junto a sus hijos para registrarse formalmente como desplazados en una pequeña oficina, mientras levantaban sus burkas y se abanicaban con cualquier cosa que tuvieran a mano.
Cerca, unas mujeres lavaban con agua unos utensilios de cocina junto a cabezas de ganado y urinarios pestilentes bajo un sol abrasador.
“En Swat no estamos acostumbrados a estas temperaturas”, se lamentó ante la agencia Efe Abdul, quien dijo desconfiar de las promesas del Gobierno de proporcionar ventiladores, criticó las condiciones del campo y recordó con nostalgia que su valle “era un lugar pacífico, el más precioso del mundo, con montañas y ríos que no hay en ningún sitio”.
Abdul, de 26 años de edad, era policía en Mingora hasta que no pudo soportar las amenazas de los insurgentes –uno de sus compañeros fue decapitado– y decidió convertirse en comerciante.