La Ciudad del Flamenco, 979.000 resultados en el buscador de Google, está criogenizada. Congelada ‘sine die’, espera un antídoto que la reanime y la salve de un fatal y definitivo desenlace. La enésima cabezonería de Pacheco atrapó la idea y la impulsó. Pilar Sánchez se hizo la foto aquel día histórico, un 2 de diciembre de 2005, y fue la que bautizó al proyecto como el ‘Guggenheim’ de Jerez. Fue la que años más tarde logró convencer al Estado para que, como pudiera, lo financiara. Pelayo, en su primera etapa como alcaldesa, alardeaba de haber sido quien llevó la iniciativa a Sevilla para que la Junta creyera en ella y apostara de verdad por su construcción. La Ciudad pudo irse a la capital andaluza y probablemente ya estaría hecha de haber sido así. Pero salió adelante en Jerez, en la cuna del flamenco, en la lorquiana ciudad de los gitanos. Hasta hoy.
Las obras se paralizaron a los dos años de empezar pero nadie desechó el proyecto. Al contrario, en la oposiciónla exalcaldesa del PP atizó con fuerza para sacar rédito ante tanta obra empantanada. “La Ciudad del Flamenco le viene grande al PSOE (octubre de 2008)”, llegó a decir en rueda de prensa. En la campaña de las municipales de 2011, todos los partidos sin excepción la incluían en sus programas electorales. Hasta gente tan espartana y realista en sus planteamientos políticos como Joaquín del Valle (IU) lo anotaba en su lista de deberes de gobierno. Con el estallido de la crisis, los detractores, quienes hablaban del proyecto con la boca pequeña, tuvieron la excusa perfecta para enterrarlo. Si el segundo puente de Cádiz salió adelante pese a los recortes y las miserias de la gran recesión con un coste de unos 500 millones de euros, Jerez dejó de pelear por el que todos coincidían en calificar de revulsivo. Por este proyecto de ciudad con el que todos estaban de acuerdo. Una iniciativa que precisa de más de 50 millones de inversión –más del doble de lo inicialmente previsto- de un presupuesto total de 67,9 millones.
Hoy hablar del proyecto es casi tabú. Sacas el tema en la barra del bar, incluso lo defiendes con ardor, y el de enfrente te toma por loco. Se fue de las manos, nunca hubo un pacto de ciudad, el edificio era muy bonito, pero ¿y los contenidos?... Fue un juguete político para dirimir incluso batallas internas dentro del PSOE –Mamen Sánchez se opuso en su etapa como diputada debido a su enfrentamiento con Pilar Sánchez-. Quizás sea uno de los proyectos fallidos que podía haber sido más rentable para el despegue de la ciudad desde su centro. Una megalomanía barata si se compara con las millonadas salvajes que se levantaban de arriba abajo en aquella piel de toro moteada por grúas y maletines en la edad de oro del pelotazo. Es difícil imaginar qué habría representado y es fácil a posteriori, y bajo el contexto actual, despedazarla. “No cabe duda de que el proyecto formaba parte del pelotazo inmobiliario pero en un principio estaba prevista su financiación con las plusvalías derivadas del nuevo PGOU y el desarrollo de los nuevos suelos. Era una manera de devolver al centro lo que se iba con las nuevas urbanizaciones”, explican fuentes de Urbanismo. El ideólogo de la iniciativa, fundador del Centro Andaluz de Flamenco (CAF), Joaquín Carrera, recuerda que “Pacheco tenía claro que esto no podía salir adelante solo con el Ayuntamiento, hacía falta el compromiso de un consorcio como se hizo con la elevación del tren en los 90”. Pese a las convulsiones que vivió la ciudad desde 2003, el proyecto logró revestirse de consenso y salir a flote.
Diez años después de la colocación de su primera piedra, diciembre de 2005, lo que iba a ser la Ciudad del Flamenco sigue siendo el solar más caro del mundo. Hasta ahora hay invertidos 15,57 millones de euros de todos los jerezanos en tres de las siete fases que contempla el cuadro de financiación del equipamiento. Solo en la minuta de los autores por la redacción y dirección del proyecto, los afamados arquitectos suizos, Jacques Herzog y Pierre de Meuron se han embolsado 9 millones de euros invertidos a pulmón por el Ayuntamiento. En mayo de 2009, dicho proyecto pasó a manos del Estado a través del convenio de construcción del que iba a ser Centro Nacional de Arte Flamenco. El Consistorio cedía el suelo, el proyecto y el uso administrativo del antiguo complejo Ciudad del Flamenco y el Ministerio de Cultura se comprometía a edificarlo y gestionarlo una vez abriese sus puertas. Dos partidas en dos Presupuestos consecutivos de alrededor de 6 millones de euros en total y un desvío de ese dinero finalista para pagar gasto corriente puso punto y final a otro sueño común. El anterior gobierno local, en manos del PP,titubeó con la continuidad de las obras y terminó por descartarlas. Certificaba así la defunción de la Ciudad del Flamenco. ¿O se trata sencillamente de un proceso de hibernación? “Aparcamos la Ciudad del Flamenco por la dificultad económica del momento”, manifestó el ejecutivo popular en octubre de 2013.
El gobierno local de Pilar Sánchez llegó a tener un delegado especial para el proyecto –qué tiempos aquellos en los que la holgura de concejales permitía al PSOE que alguno se dedicase a un tema casi ‘full time’-. Ese era Francisco Benavent, el hombre que perdió el mando de los socialistas en la ciudad en favor de Sánchez, y que desde su excedencia forzosa como gerente del Centro Andaluz de Documentación de Flamenco (CADF) dirigió como pudo la reanudación de las obras del edificio. Hay un dicho en Jerez que habla del dilatado proceso de construcción, 8 décadas, que supuso la Catedral: “Esto va a durar más que la obra de la Colegial…”. Como Catedral moderna, como elemento icónico y emblemático, quién sabe si dentro de 70 años alguien verá en la plaza Belén algo parecido al proyecto original diseñado por los autores de obras arquitectónicas tan colosales como el Nido de Pájaro en Beijing. A día de hoy, solo crecen los jaramagos y las malas hierbas. No hay novedad en los 5.000 metros que parten en dos el corazón de intramuros. “Hay que acabar con esta zona cero, es la única manera de empezar a pensar en reactivar intramuros”, asegura la arquitecta jerezana Irene Luque. De momento, hay una imagen virtual que habla de un parquecito sobre los vestigios de la que iba a ser Ciudad del Flamenco. Un espacio libre repleto de barreras arquitectónicas y con un pequeño anfiteatro que antes o después será pasto del vandalismo. No hay más planes.
“El tapiz de tapias de la Ciudad del Flamenco se inscribe en esta secuencia feliz, que alcanza en Jerez un vértice de emoción difícil de imaginar con otro tema y en otro lugar”, escribía sobre el proyecto el catedrático de Arquitectura Luis Fernández Galiano. Ahora no es difícil imaginar qué ocurrirá durante mucho más tiempo con la iniciativa. Junto al enorme solar, resiste a duras penas un caserón en lo que queda de la calle San Honorio. Las vigas están negras por el fuego y amenaza derrumbe inminente. El acceso es totalmente libre al interior ordenado por un enorme patio de vecinos lleno de escombros. El estado es similar al del conjunto de la manzana, más propio de la Habana vieja o Raqqa en Siria que de una gran ciudad en un país desarrollado. Salvo la Nave de la Aceite, reconvertida en peña flamenca tras una rehabilitación que costó unos 800.000 euros hace cinco años, el resto de los alrededores del solar está compuesto por fincas en pésimo estado. Inmuebles donde la especulación se posó hace una década, llegaron a invertirse en la zona unos 20 millones de euros en operaciones inmobiliarias, y desde donde años más tarde salió volando.
“Hay que terminar de colocar 85 zapilotes en una caída subterránea de 22 metros, la mayor parte de ese trabajo ya está hecho. ¿No fue lo más práctico, no era la idea más económica? Probablemente no, pero visto lo visto está claro que habría que terminar esto como fuese”. A Benavent aún le escuece que tanto tiempo invertido y tanta pelea política en cuatro años de mandato hayan devuelto al proyecto casi al punto muerto inicial. ¿Su solución? “Solo veo ceder el derecho de superficie, la Junta ya ha utilizado esta fórmula, hay que buscar la solución mixta, público-privada, y que una multinacional se encargue de prefinanciar las cantidades pendientes”. A su lado, Carrera pasea por el paisaje devastado del solar de Belén. La realidad ha estropeado aquel titular de un 2 de diciembre de 2005 en el que los políticos daban un plazo de dos años para levantar este símbolo de la arquitectura que hoy no es más que otro “elefante blanco, otro cadáver inmobiliario. “Ineludiblemente, se hará”, sostiene. Y añade: “Se llame como se llame y se ubique donde se ubique, hace falta una intervención que nos diferencie de nuestros competidores gracias a nuestra gran singularidad: el flamenco. Llegará el día en el que esa intervención icónica, potente, internacional, se asiente sobre un complejo emblemático que se convierta en lugar de peregrinación flamenca mundial”. “Pero cuando llegue ese día habremos perdido ya muchas batallas", sentencia rotundo como una negra seguiriya de Manuel Torre.
No solo flamenco: parada obligada
en la ruta de la arquitectura mundial
La extinta Gerencia Municipal de Urbanismo, con la asistencia de la revista especializada Arquitectura Viva, convocó en 2003 un concurso internacional de ideas para designar al estudio que iba a encargarse del diseño y construcción de un espacio emblemático para el flamenco en el mundo. A la puja se presentaron estudios tan prestigiosos como Cruz & Ortiz, Sanaa, Baldeweg, Vázquez Consuegra y Álvaro Siza y Hernández León, aunque finalmente fueron los suizos Herzog & De Meuron (premio Pritzker) quienes se hicieron con el encargo. En el proyecto actual, rebautizado como Centro Nacional de Arte Flamenco, el edificio cuenta con cinco partes diferenciadas: el auditorio, con capacidad para 776 espectadores sentados; el museo, con capacidad para unas 250 personas en una superficie de 1.200 metros cuadrados útiles para exposición; la escuela, en dos plantas con capacidad para 70 alumnos, cuenta entre otras cosas con dos salas de estudio y dos de ensayos generales; y la torre que iba a albergar el Centro Europeo de Música Andalusí (CEMA). Para rematar la idea, se diseñó una azotea mirador en la misma torre y el tabanco de la Ciudad del Flamenco, proyectado como tablao y restaurante. La experiencia no era solo significativa como espacio emblemático para el flamenco, también está ideada como un hito de parada obligatoria dentro del itinerario de la arquitectura mundial. Las voces críticas contra este “elefante blanco” han defendido siempre la necesidad de armonizar la construcción del proyecto icónico con el resto de su abandonado entorno, tal y como sucedió por ejemplo en Bilbao con el Guggenheim y la recuperación de la ría.