Son unas flores sencillas, asociadas en una primera imagen a las solapas de las chaquetas. No hay ojal que los rechace ante una celebración o el antojo femenino de prenderlo al sacarlo de un ramo regalado. Tras de haber desaparecido de tan privilegiado mirador, después de haber realzado la oscuridad solemne del atuendo masculino, la tela conserva la huella invisible del olor a clavo de sus pétalos, cuya intensidad va atenuando el encierro en el ropero.
Aun así, cuando se abre para coger o colgar una prenda escapa el perfume de marzo, el del principio de la primavera. Vuela brevemente por la habitación para engancharse al momento en fue alojado en el ojal, dejando una estela suave que desaparece cuando una vuelta de llave lo encierra de nuevo. Quizás esta sea la sensación que experimente quien se pone un traje, porque se trata de una indumentaria ocasional.
Cuando estas líneas estén impresas o se hayan subido a la Web, habrá pasado una de las ocasiones para disfrutarlo, porque en La Isla los trajes se cuentan por decenas cuando sale una procesión. Seguro que esa tarde no hay protestas por llevar cerrado el primer botón de la camisa, el que oculta el nudo de la corbata aunque el calor sofoque. No molesta porque hay mucho trabajo, dedicación y cariño al son de los tambores.
Este mes de septiembre ha sido más especial que nunca, porque a los tonos dorados del verano que declina se ha unido el los claveles blancos del recuerdo, flores clásicas de la Semana Santa que en La Isla han acompañado a las Vírgenes, muy especialmente a la Caridad durante tantos martes santos.
Este año la Hermandad conmemora su setenta y cinco aniversario y entre los actos celebrados se incluye un desfile en procesión tan extraordinario como este mes mariano con rosarios iluminados por antorchas, un recorrido sorprendente en sábado que no pierde el olor ni el color del martes. Las flores que desde hace años alfombran el trono tienen el color de la pasión y de la sangre, una preciosidad, sin embargo quienes hemos crecido tan cerca de la Virgen de Antonio Bey no olvidamos los claveles blancos, porque son la imagen de la evocación, de las palabras emocionadas de nuestros mayores al definir los colores de la hermandad como los de las noches de luna creciente y miles de estrellas envueltas en incienso.
En esta conmemoración la primavera mira al otoño paliando el calor con nubes grises afanadas en anochecer la tarde, estampa que abrocha un momento inolvidable. El trono, pulcramente alfombrado con claveles rojos de Luis de Celis, camina dirigido por el tambor con paso firme, solemne y marcial. Los toques cincelan la memoria labrando las imágenes de las túnicas de raso negro y las capas blancas, los frontales de plata, las caídas lisas, el farol de la esquina que siempre se aflojaba, el sudario a merced de los bandazos, enganchándose y liberándose de la corona de la Virgen, el manto caído sobre un lado, acariciando los pétalos de los claveles blancos de entonces, los claveles de la Caridad.
Este sábado brilla con lágrimas de alegría, suspira con el silencio de la ausencia bajo la tarde serena de septiembre besando recuerdos, abrazados a un clavel que pardea mientras se seca en la solapa de un traje.