Bajo el título de “El carnaval de la incertidumbre” (ArsPoetica. Asturias, 2020) se reúne una amplia muestra de obra poética de Calixto Torres. Este cordobés de Fernán Núnez, director de la editorial Detorresy de la revista “Suspiro de Artemisa”, es también poeta y “amante incondicional” de la palabra. Y lo es, porque como él mismo ha confesado en alguna ocasión, “todo ser está predestinado en su soledad a percibir de sus adentros la llamada de la conciencia, la voz del otro yo”. De modo que, ajeno a cualquier otro afán que no sea el de ser mensajero de ese verbo latidor que anida en sus adentros, Calixto Torres torna el magma de su decir en esencia y devoción.
Escribí tiempo atrás, que lo primero que se advierte al sumergirse en la hermandad de su lírica es que su discurso no se hunde en las subordinadas aguas de la docilidad. Por contra, su verbo es rebelde y retador, y “hiere a la palabra en su raíz”. Además, mediante el desdoblamiento de su propio sujeto lírico, consigue instalarla otredad en el noúmeno del ser pensante y sintiente y, desde allí, impulsar una fluencia transversal, “sin realidades pactadas”, que se apodera del todo, pero que permite compuertas reveladoras, por las que afloran anhelos, experiencias, evocaciones, relámpagos de lucidez, propósitos, memorias que anegan su sed: “Almacenas en la sombra/ la verdad de otra mirada/ los sentimientos expuestos a la quiebra/ tienden a experimentar/ un compromiso de asfixia/ no permiten sembrar tu senda de verdades/ tras/ el yo expuesto ante la cobardía/ de un espejo camuflado”.
Ahora, con la publicación de esta antología compuesta por 105 poemas, el lector tiene ante sí una excelente oportunidad para conocer más de cerca las claves poéticas del vate cordobés.
La selección y edición han corrido a cargo de Carlos Aganzo, quien en su jugoso prefacio advierte de la transformación y madurez que ha ido signando el quehacer del autor andaluz desde que en 1995 viera la luz su primer libro: “Un poeta que no olvida sus raíces ni sus esencias. En absoluto. Pero que se levanta sobre ellas para indagar en su verdadero yo poético. Un yo que abandona los territorios del bienestar para preguntarse, con todo el asombro y toda la crudeza que sean necesarios, sobre su inquietante incertidumbre”.
Desde las cuatro esquinas que nimban de posesión y desaliento, de olvidos y horizontes los espacios propios del ser, se dirime este luminario cántico. Lo meditativo va ganando terreno a lo íntimo y los espacios comunes apremian en su intención de conformar un ámbito de cómplice cobijo. Sabedor de lo efímero del hombre, de su condición mortal, la búsqueda de una luz fecunda y balsámica se torna empeño, germen de vívida esperanza. Y así, en incesante batalla contra la desnudez de la humana vulnerabilidad, Calixto Torres renombra su aliento y su anuencia: “hay que olvidar el daño que te hicieron (…) Hay que olvidar incluso el desasosiego/ que aglutina la sensación bastarda del desprecio/ si no quieres que el dolor destape su ansia/ aprende a acabar del todo/ para ser libre/ deshazte de la red que teje el escarmiento”.
He aquí, pues, una antología que hace inventario de los silencios y se vuelve clamor y franqueza para habitar entre nosotros.